AMAZON Y JEFF BEZOS
Y SU MARCO DE MINIMIZACIÓN DE ARREPENTIMIENTOS
Por Federico Duran Soto
2020 © Colombiamania.com
Del PC al Smartphone / Serie / Capitulo 4
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Para septiembre de 2020, el CEO y fundador de Amazon, Jeffrey Preston Bezos no solo ha sido catalogado como el hombre más rico del planeta, sino para muchos, él es el más rico de la historia. Los cálculos de su fortuna actual lo sitúan alrededor de los doscientos siete mil millones de dólares, 207.000.000.000 de dólares. Su ascenso ya venía siendo previsible, pero el confinamiento mundial tras la pandemia lo ha disparado a alturas insospechadas. Para la fecha las acciones de Amazon han subido casi 60% sesenta por ciento y el patrimonio de Bezos ha aumentado en 85.000.000.000 millones de dólares.
Jeffrey no tiene paralelo en el cibercomercio. La revista The Economist acaba de definirlo como “El magnate más importante del siglo XXI” porque las proporciones de su imperio no tiene precedentes en la historia del capitalismo estadounidense.
¿Pero qué hay detrás de este hombre de carcajadas escandalosas y que no sigue a nadie en su Instagram? Mirémoslo un poco en perspectiva.
Como el matrimonio de su madre con su padre biológico terminó antes de que cumpliera un año, su único y verdadero padre fue su padrastro Miguel Bezos, un cubano que huyó del castrismo cuando tenía quince años. Cuando Jacklyn Gise, se casó con Miguel Bezos, poco tiempo después de nacer Jeffrey, Miguel Bezos lo adoptó recibiendo éste su apellido. Jeffrey Bezos, nació en Albuquerque, Nuevo México el 12 de enero de 1964.
Treinta años más tarde, a mediados de 1994 Jeffrey Bezos llamaría a Bogotá a sus papás para anunciarles que iba a renunciar a su trabajo. Ellos, que por casualidad vivían en Bogotá en ese momento debido a que su papá era ingeniero de Exxon, intentaron persuadirlo de que lo pensara mejor pues para el momento tenía treinta años y un muy buen trabajo.
De otra parte, el dueño de la empresa en la que Jeffrey trabajaba para entonces le tenía altísima confianza y lo veía como su sucesor natural. Se trataba de un trabajo con mucho futuro. Abandonarlo era una locura. Bezos desarrollaba programas de computador que detectaban patrones en los movimientos del mercado y respondían a ellos con transacciones cuidadosamente controladas para maximizar la probabilidad de ganancia. Llevaba seis años ahí y ya ocupaba la vicepresidencia de una de sus divisiones claves.
Con cierta preocupación sus padres le llamaron al otro día a preguntarle de que se trataba el negocio. Jeffrey les respondió que quería vender libros por Internet. Su papá le sugirió que lo hiciera sin renunciar, durante los fines de semana y por las noches, como un pasatiempo, pero Jeffrey les explicó que la ventana de oportunidad era muy corta. Necesitaba entregarse de lleno. Este era el momento. Debía hacerlo. Era ahora o jamás.
La idea de Jeffrey había surgido cuando trabajaba en su despacho de Wall Street y encontró el dato de que internet estaba creciendo un 2.300% anual. Fue su epifanía. Desde ese mismo instante se dedicó a investigar qué podía venderse a través de la red. Investigó las empresas de venta por catálogo e intentó averiguar qué podía hacerse mejor por internet, porque tenía claro que, si su idea no ofrecía algo de valor a los consumidores, ya fueran precios más bajos, una selección más amplia o una compra más cómoda, los consumidores seguirían fieles a sus costumbres.
Fue así como llegó a los libros. No tenía ninguna experiencia práctica en el negocio editorial, pero se dio cuenta de que no se vendían bien por catálogo porque para colocar uno mínimamente decente había que contar con miles, sino millones de títulos. De la forma tradicional, eso suponía un catálogo inmanejable del tamaño de una guía telefónica. Así que era un sector perfecto para internet.
La idea de Amazon era sencilla. Esto es lo que debía pasar: el comprador visitaba una página en línea que ofrecía un catálogo inmenso (físicamente inabarcable) de productos (libros, para empezar). Una vez ahí escogía algunos de esos productos y plantaba el pedido. Una semana más tarde recibía por correo sus libros en una caja de cartón.
No era una idea novedosa. Cuando Bezos decidió montar su negocio ya existían al menos un par de sitios en línea donde se podían comprar libros, y antes de esos estaban los catálogos de papel estilo Círculo de Lectores. Bezos los había usado para evaluar la calidad de su servicio y estaba seguro de que podía hacerlo mejor. Su entrenamiento como analista cuantitativo le daba una ventaja considerable sobre el negociante tradicional: Bezos sabía que podía organizar un negocio super eficiente que además creciera a un ritmo hasta entonces inconcebible sin colapsar.
No parecía del otro mundo: la empresa recibe la orden y pide los productos a sus proveedores correspondientes. Una vez los recibe, los empacan en una caja y la envían por correo. Fácil.
Ahora imaginen que reciben cien pedidos en un día. ¿Todavía suena razonable? ¿Y qué tal si reciben cien pedidos cada segundo, sin descanso? Piensen en el nivel de coreografía logística que requiere sostener un negocio que vende a ese ritmo primero en un país, después en cinco, después en diez.
Cuando Amazon apareció pocos creyeron que resistiría. Era un negocio que parecía destinado a sucumbir bajo su peso cuando superara alguna constante universal de capacidad operativa límite. Los problemas que proponía resultaban tan complejos que parecían irresolubles. El propio Bezos estimaba que había un setenta por ciento de probabilidad de fracaso rotundo. Tal vez por eso tantos se descuidaron y lo dejaron crecer.
Por esos mismos días, la convención anual de las editoriales tuvo lugar en Los Ángeles. Jeffrey voló hasta allí e intentó aprender todo lo que pudo acerca de la industria en un solo fin de semana. Para el lunes ya estaba convencido de que su idea podía materializarse, y a su vuelta, tras consultar a su mujer y a su jefe, se dio dos días para tomar la decisión de seguir en su trabajo, que era estimulante y estaba bien pagado, o apostarlo todo y comenzar tamaño de aventura.
A la hora de decidirse empleó lo que luego llamaría "marco de minimización del arrepentimiento": se imaginó con 80 años dando un repaso a su vida, y se dio cuenta de que nunca se arrepentiría de haber renunciado a un buen salario o de haber fracasado; al contrario, como buen emprendedor, se sentiría orgulloso de haberlo intentado. Así que se puso a llamar a familiares y amigos, tanto para comunicarles su decisión como para ofrecerles invertir en la idea.
Su padre, Miguel, y su madre le dieron 300.000 dólares, que guardaban para la jubilación; no porque entendieran su idea, sino porque creían en Jeff más que el propio Jeff, que cifraba en un 30% sus posibilidades de triunfo.
El puente del 4 de julio de 1994 viajó a Seattle, donde montó la empresa al estilo tradicional, o sea, en un garaje. Durante al viaje llamó a un abogado para que le preparara los papeles y bautizó a la criatura con el nombre de Cadabra, que cambiaría más adelante. Durante un año estuvo trabajando junto con sus primeros empleados en el desarrollo de los códigos. Finalmente, abriría sus puertas el 16 de julio de 1995. En su primer mes de funcionamiento, y para sorpresa del propio Bezos, había vendido libros por todos los rincones de Estados Unidos... y en otros 45 países.
Bezos había corrido mucho para ser el primero, y no iba a dejar que nadie le adelantara. Su premisa fue crecer rápido, a toda costa, aunque eso le impidiera repartir beneficios y le obligara a sacar capital de donde fuera. Por poner un ejemplo: sus ingresos en 1996 fueron de 15,7 millones, y al año siguiente se dispararon hasta los 147,8. Así las cosas, a lo largo de los años 90 y durante su salida a bolsa, en plena burbuja de las puntocom, todo el mundo se preguntaba si aquella empresa que crecía tan desordenadamente daría dinero alguna vez.
Bezos pagaría un precio muy alto por todo aquello, especialmente por su empeño de vender más barato que nadie –a menudo, regalando los gastos de envío–: sus pérdidas llevaron a algunos a pensar, con el cambio de milenio, que quizá no fuera la persona más adecuada para dirigir la empresa que había fundado. Pero perseveró y logró lo impensable: que, en 2003, después de que la burbuja puntocom reventara, Amazon tuviese beneficios por primera vez.
Uno de sus mejores hallazgos fue encontrar un sustituto para la placentera experiencia que supone comprar un libro en una librería de las de ladrillo, estanterías y olor a papel, donde sí se pueden coger los libros, hojearlos y, en algunos casos, sentarse a tomar un café. Algo que sustituyera al librero experto que nos aconseja. Y lo encontró creando la mayor comunidad de usuarios del mundo, que dan sus opiniones sobre todos los productos que ofrece la empresa, consejos, elaboran listas con sus 15 preferidos de esto o aquello.
Otro gran acierto fue expandirse más allá del inventario casi infinito de libros y empezar a ofrecer discos, películas, videojuegos, electrónica, ropa, instrumentos musicales, accesorios de cocina, juguetes, joyería, relojes, suministros industriales y científicos, herramientas y básicamente todo lo que uno pueda imaginar, fuese comprando otras compañías de comercio electrónico o llegando a acuerdos con otras compañías.
Pasó de “la librería más grande del mundo” a “la tienda de todo”. Hoy tiene cientos de miles de artículos a la venta. El programa de membresía que creó, Amazon Prime, ya cuenta con 150 millones de suscriptores en el mundo. Metódico, paciente, Bezos le apostó al largo plazo y marcó distancia con sus competidores. Con Kindle, que lanzó en 2007, llegó a controlar el mercado del libro electrónico mundial.
Pero Bezos no se detiene con facilidad. Su torrente de ideas crece a la par de sus fondos. Fundó Amazon Web Services, que ofrece servicios de computación en la nube. Entre sus clientes están desde la CIA y hasta el mismo Netflix, que ciertamente es hoy su competencia directa.
Con la plataforma Amazon Prime Video y con Amazon Studios, dedicado al desarrollo de largometrajes y programas de televisión, Bezos ingresó al universo del entretenimiento. Y para hacer sonar más fuerte su nombre en Hollywood, compró en Los Ángeles la mansión más cara de la historia pagando la nada despreciable suma de 165 millones de dólares.
Su presencia intimida entre sus colaboradores más cercanos. Están entrenados a tal punto, que terminan siendo casi idénticos a él: les dicen “Jeffbots”. Ya lo conocen. Es un sabueso para descubrir detalles, y se desliza entre la amabilidad y la rudeza dejándolos en evidencia. Es famoso por frases como ¿Eres vago o solo incompetente? o ¿Arruinarme el día de verdad te resulta tan satisfactorio? Y sus ejecutivos tienen claro que “Si vas a acudir a una reunión con Bezos, te preparas como si el mundo se fuera a acabar”. Las ideas se las tienes que exponer procesadas desde la cabeza con asertividad y pasión para despertar su interés tal cual cómo él lo hace. Tiene prohibidas las aburridas presentaciones en Power Point pues sostiene que adolecen de emotividad y no convencen.
“Sus empresas son tan variadas y tan grandes que cuesta entender la naturaleza de su imperio y el punto final de sus ambiciones.
¿Qué quiere? ¿En qué cree?
Teniendo en cuenta su poder sobre el mundo, son preguntas que ciertamente nos deben importar”.
En el 2013 recibió la propuesta de comprar el legendario periódico The Washington Post. Llegada del propio Donald Graham, cabeza del diario y miembro de la familia que lo tuvo a su cargo durante cinco generaciones.
–¿Por qué yo? No sé nada sobre el negocio de las noticias –le dijo Bezos a Graham.
–Mira, no necesitamos a nadie que sepa del negocio de las noticias. Tenemos mucha gente aquí que sabe de eso. Necesitamos a alguien que sepa de internet.
La compra del Post, de hecho, le ha servido para su prestigio. Desde que lo adquirió, en agosto del 2013, el diario ha multiplicado su número de lectores en la red y han crecido sus exclusivas periodísticas. Bezos lo ha mantenido separado del funcionamiento de Amazon y ha cumplido con lo que prometió: invertir cada centavo de las ganancias del medio en el propio periódico. Aumentó su planta de redacción de 500 a 850 periodistas. ‘La democracia muere en la oscuridad’ es el lema del diario en su era.
Muy pocas veces los sueños de la infancia siguen vivos cuando la persona se vuelve adulta. Jeff Bezos es ejemplo de que eso sí puede pasar. La idea con la que soñó en la escuela, la que alimentaba con sus lecturas de ciencia ficción, es la que trata de cumplir ahora con su proyecto consentido: Blue Origin, un campo de investigación de diez mil hectáreas en Seattle y una instalación privada de lanzamiento de cohetes en Texas. Fundada en 2004, es su empresa de transporte aeroespacial que se concentra en investigación y desarrollo de nuevas tecnologías orientadas a la “presencia humana duradera en el espacio exterior”.
¿Cuál es el siguiente paso que planea dar Jeff Bezos?
No hay respuesta fácil porque serán miles de decisiones por venir. Pero de momento solo podemos ver la forma en que Bezos surfea la vida sobre su “marco de minimización de arrepentimientos” en otras palabras, “es mejor hacer las cosas que quedarse con las ganas de hacerlas”. Y a la velocidad que se mueve este magnate, no sería extraño que tanto usted como yo estemos en su próximo proyecto.