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fernando

UN DIA DE LLUVIA
O NOBLEZA GRANDE.

Por Fernando Durán Camacho

Facultad de Arquitectura de Río de Janeiro-1.963

Quería escribirlo hace tiempo. Pero uno deja pasar el momento y se conforma pensando
que después, mañana, la semana que viene, el próximo mes, el año entrante podrá hacerlo, siempre posponiendo el actuar como si fuéramos dueños del futuro.

Recuerdo que cuando llovía y yo llegaba al apartamento con los pies mojados me los ponía entre sus senos para abrigarlos y protegérmelos del frío. Eso era amor.

Y hablando de la lluvia cierta vez que llovió a cántaros durante horas, Jeanne se me apareció en la Universidad con un paraguas para que yo no me mojara. Me parece estarla viendo esperándome de pie, con su sonrisa abierta y sus ojos castaños y claros, su pelo rubio y sedoso recogido en una moña graciosa atrás de la cabeza, con una falda escocesa a cuadros azules y blancos, un poquito debajo de la rodilla, y zapatillas de tacón alto.

La distancia del apartamento hasta la facultad era grande; había que atravesar todo Río de Janeiro de sur a norte, pasando por el centro lo que a buen paso y sin trancones representaba unas dos horas, y eso que ella tenía que trabajar y cumplir con un horario.
Ese día la emoción me hizo sentír cuanto la quería pero sobretodo comprender como me quería ella. Así van empatándose los sentimientos en la red invisible de gratas e imborrables vivencias.

Es que hubo tantas situaciones memorables, aparentemente intrascendentes, que sin percibirlo me alejé del tema que me impulsó en principio a escribir esta remembranza, porque en esas charlas que uno mantiene con frecuencia, sin un propósito fijo, en una ocasión tratábamos el tema de la grave circunstancia de encontrarse, de pronto, con la vista perdida. ¡Sí!, de tornarse invidente. En un intervalo cualquiera se me quedó mirando y como con miedo de expresarlo dijo: - Fernando, si tú te me quedaras ciego yo te daría uno de mis ojos para que continuaras viendo los amaneceres y la luz del día y la gente en la calle y los atardeceres. -

Ese es uno de los raros instantes que se me han dado en la vida de comprender la grandeza de un espíritu y de sentir internamente, hacia otro ser, la floración del agradecimiento y la ternura. Porque era la dulce miel del desprendimiento ofrecida en el cáliz de la bondad.
Antes de concluir debo aclarar que todo no terminaba ahí. Porque tras un breve suspiro, aun con la sonrisa en los labios me sorprendió al decirme: -! Pero no!… ¡Mejor no!-…
Así que estalló en mi, la bomba encantada y colorida del a poco haber-tenido y me torturó la espina aguda del a poco haber-creído. Todo quedaba en el aire sin sustento y sin piso, mientras yo que acababa de extasiarme con la luz del envanecimiento me resbalaba a continuación en las ásperas cáscaras del desconcierto y del escepticismo.-
Y todavía mirándome y tomando mi mano continuaba….. !No! Más bien yo te daría mis dos ojos y tú me llevarías por las oscuridades.

Entonces ya no hubo palabras….. Solo lágrimas.

Bogotá Abril 2005.


 

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