Contra viento y marea, y con 1.000 pesos donados por el empresario Hernán Echavarría, el 15 de septiembre de 1965 el médico ginecólogo Fernando Tamayo firmó el acta fundacional de la Asociación Pro Bienestar de la Familia, Profamilia. Ese día, Tamayo abrió las puertas a uno de los procesos más revolucionarios en la sociedad colombiana: la planificación familiar.
Para Tamayo, como para muchas de sus pacientes, la decisión de fundar Profamilia fue una especie de liberación frente a los prejuicios que aún agobiaban a la sociedad colombiana. Desde comienzos de los años 60, ejercía en un consultorio del centro en el que atendía a señoras prestigiosas de la capital para quienes usar la píldora o tener un dispositivo era algo ya casi normal. Pero un día de 1964, una de sus pacientes más cercanaspagó la consulta para que Tamayo le pusiera a Matilde, su empleada doméstica, uno de los 200 dispositivos o 'churruscos' que el doctor había traído de Estados Unidos.
Una semana después, Matilde fue con su mejor amiga, quien al mes llevó a consulta a dos más. Estas, a su vez, corrieron la voz. Había alguien que les daba el secreto médico para no procrear más. Pero el doctor Tamayo ya no daba abasto y ante la falta de tiempo decidió atender a sus nuevas pacientes los miércoles, días que tradicionalmente había destinado para hacer sus diligencias bancarias o para descansar.
Sin embargo, a los compañeros de consultorio de Tamayo no les gustó su actividad filantrópica. Consideraron que a su sitio de labores estaban llegando 'romerías' de personas de bajos recursos que le quitaban prestigio a su lugar de trabajo. Por eso, convencido de que los niños no vienen con su pan debajo del brazo y que los avances de la medicina no tenían por qué limitarse a favorecer a las clases más privilegiadas, pocos meses después, con doctores como Gonzalo Echeverri y Miguel Trías, Tamayo fundó Profamilia.
Pero no fue suficiente con definir los estatutos de la entidad. Los primeros años de existencia Profamilia tuvo que sobrevivir a los ataques de los políticos más radicales de izquierda y de derecha, de algunos ciudadanos tradicionalistas y, por su puesto, de la Iglesia. El doctor Tamayo recuerda cómo hasta la dueña del lugar que escogieron para empezar a atender a sus pacientes los sacó corriendo, porque para ella era preferible arrendar sus apartamentos "para todo, hasta para burdeles, pero no para planificación familiar".
De ese lugar, Profamilia se trasladó a una casa en la 42 con Caracas y después, a su sede actual, en el barrio Teusaquillo. Pero los ataques no pararon. Para la Iglesia y para los conservadores, Profamilia era una institución que operaba en contravía de la moral y de las columnas que sustentaban la solidez de la familia colombiana. Para los comunistas recalcitrantes las políticas de planificación familiar eran impulsadas por el imperialismo para acabar con los proletarios. Por eso, con este argumento, e indignado porque fundaciones estadounidenses como la Ford y la Rockefeller financiaban las actividades lideradas por Tamayo, en 1968 un grupo de extremistas de izquierda apedreó los avisos a la entrada de Profamilia.
Los golpes de la Iglesia tampoco fueron retóricos. Los fundadores de Profamilia recuerdan hoy con alguna gracia cómo, también en 1968, cuando el papa Pablo VI vino a Colombia, tuvieron que quitarles el dispositivo a cientos de mujeres que se acercaron a la entidad con el temor de irse al infierno. Pero así como hubo mujeres arrepentidas hubo otras a quienes la planificación les negó la sumisión y les abrió paso a la vida. Elsy Gómez, hoy abuela, es una de las miles de mujeres que así lo cree. "Fui a Profamilia en 1972, yo tenía 30 años y cinco hijos y no quería tener más. Allá me enseñaron que tenía el derecho de tener una famila tan grande como yo quisiera. No me sentí pecadora ni nada, porque después pude estudiar y hacer lo que quería", recuerda.
Colombia es el país de América Latina donde más éxito han tenido las políticas de planificación familiar. Mientras en 1965, cada pareja tenía en promedio siete hijos, en el año 2002 tenía 2,6. Para María Isabel Plata, directora ejecutiva de Profamilia, esto se debe a que las iniciativas de planificación han sido apoyadas por las organizaciones de la sociedad civil. "No han sido políticas de Estado pero tampoco han dependido de los vaivenes políticos", señala.
Sin embargo, otras condiciones también pudieron haber incidido en que la planificación haya tenido un arraigo especial en el país. Entre ellas se encuentra la urbanización acelerada que tuvo su inicio en los años 60. El miedo al hacinamiento y el más fácil acceso a los medios de comunicación y a servicios de asistencia médica son algunos de los factores que hacen que en las ciudades la gente se preocupe por controlar el tamaño de sus familias. Hoy en día más del 75 por ciento de los colombianos vive en ciudades y más del 77 por ciento de las parejas del país practican la planificación familiar. El 40 por ciento de estas lo hacen a través de Profamilia.
Pero las tareas de Profamilia no se limitan a los programas de planificación o, como dicen sus críticos, a repartir píldoras y condones. Sus estrategias también buscan generar un cambio de valores en la sociedad colombiana, apuntándole a que tanto hombres como mujeres tengan conciencia de que pueden decidir cuántos hijos quieren tener. Por eso, además de contar con clínicas en las que se realizan procedimientos médicos como la vasectomía, la ligadura de trompas y otros dirigidos a mejorar la fertilidad, provee servicios de asesoría legal, aplica la Encuesta Nacional de Demografía y Salud, realiza talleres educativos y coordina alianzas con grupos estratégicos para promover conciencia social acerca de los derechos sexuales, los reproductivos y la equidad de género.
Durante los casi 40 años de la planificación familiar en Colombia, la mentalidad de la sociedad ha madurado, se ha hecho más moderna y consecuente con las prioridades que -como la planificación familiar- exige vivir en un país en donde cerca del 60 por ciento de la población es pobre. Y afortunadamente, cada vez tienen menos credibilidad las voces de quienes se oponen al control de la natalidad, a la igualdad de géneros o a hablar abiertamente de la sexualidad. Pero una que otra momia sigue existiendo. Por eso, eventualmente, Profamilia y las organizaciones que la respaldan tienen que hacer un trabajo político: insistir en que planificar no es pecado.
Hoy el doctor Tamayo y su equipo se deben sentir más que satisfechos. No sólo porque Profamilia cuenta ya con 35 centros de atención, ni porque sus programas han tenido un enorme éxito. También, porque desde el 15 de septiembre de 1965 demostraron que en temas de salud familiar su mentalidad va más allá de los tiempos.
*Editora política de SEMANA