Durante ocho horas de ese día, en el país todos estuvieron haciéndose una pregunta un tanto atípica: ¿y quién diablos es el presidente? Durante esas escasas pero largas horas, la única certeza que reinaba era la incertidumbre, hasta que pasada la media noche los colombianos escucharon la voz del general Gustavo Rojas Pinilla, quien anunciaba a través de la Radiodifusora Nacional que como comandante de las Fuerzas Militares asumía el poder.
No eran buenos tiempos. La democracia colombiana vivía uno de sus momentos más críticos. Los partidos tradicionales -Conservador y Liberal- se encontraban en una disputa por el poder, enfrentamiento que llevaba la chispa del odio y la violencia a cada vez más regiones del país. Boyacá, Cundinamarca, los Llanos Orientales, Tolima, Valle y Antioquia, entre otros, veían cómo la violencia crecía en una espiral de sangre, muerte y barbarie nunca antes vista. Los odios y resentimientos entre liberales y conservadores se escudaron en la defensa inicial de los colores e ideales partidistas para cazar al otro.
La historia hay que mirarla unos pocos años atrás. En noviembre de 1949 fue elegido en las urnas el presidente Laureano Gómez, uno de los más caracterizados líderes del Partido Conservador. Para algunos sectores con un argumento bastante sólido, esta elección era antidemocrática. ¿La razón? Él era el único candidato político en campaña, ya que el Partido Liberal había retirado a su candidato Darío Echandía por considerar que no estaba garantizada la transparencia en el proceso electoral.
Naturalmente, este hecho generó que Gómez subiera a la Presidencia acompañado de un déficit de gobernabilidad muy importante. Más aún frente a un país de mayorías liberales. Por si fuera poco, Gómez tuvo que dejar la Presidencia poco después por una trombosis. El Congreso de la República nombró presidente encargado a Roberto Urdaneta Arbeláez.
A finales de 1952, Urdaneta nombró comandante general de las Fuerzas Armadas de Colombia a Rojas Pinilla. Cuando arrancó 1953 se empezaron a hacer visibles las diferencias entre Gómez con el general, que no vaciló en oponerse públicamente al nombramiento del oficial como ministro de Guerra. Después, frente a otros incidentes, Gómez le solicitó a Urdaneta su destitución.
Ante esta negativa, Laureano no vaciló en asumir nuevamente el poder. Uno de los primeros hechos que tomó con las riendas del poder fue llamar a su ministro de Guerra, Lucio Pabón Núñez, para que destituyera a Rojas. Sin embargo, el ascendente del oficial también había adquirido una dinámica propia. Núñez se rehusó a la destitución de Rojas. Gómez nombró en su reemplazo a Jorge Leyva, que aceptó sustituir a Rojas por el general Régulo Gaitán, pero la mayoría de los altos mandos cerraron filas en torno a Rojas y durante varias horas el país vio alternarse a tres personas en el poder: Urdaneta, Gómez y finalmente Rojas.
La llegada de los militares al poder, que ponían una pausa a la larga tradición de gobiernos democráticos, fue asumida por los colombianos con entusiasmo. Al día siguiente miles de personas desfilaron por la carrera séptima para saludar al nuevo presidente. Estas expresiones de júbilo se vieron en todo el país, tal y como lo ha relatado el historiador César Ayala.
La razón fundamental era que muchos veían en los militares una fuerza catalizadora que pondría fin a la violencia partidista que azotaba al país. Después se sabría que más que un golpe militar fue una cesión del poder para que Rojas pudiera, en un gobierno de transición, zanjar las diferencias, no sólo entre liberales y conservadores, sino entre las mismas toldas azules. El golpe contó con el apoyo de los ex presidentes Mariano Ospina Pérez y Roberto Urdaneta Arbeláez, y de los políticos Gilberto Alzate Avendaño, Lucio Pabón Núñez y otros, quienes le ofrecieron su respaldo. Contaba además con el apoyo de las Fuerzas Armadas, la Policía Nacional, el Directorio Nacional Conservador y representantes de ambos partidos. El ex presidente Darío Echandía calificó de "golpe de opinión" el golpe militar de Rojas debido a la confianza y a la reconciliación que cambiaban la situación general del país, y al vasto y multitudinario respaldo nacional al nuevo presidente.
En la primera alocución presidencial, el nuevo presidente alertó a los colombianos para defender las instituciones y señaló el camino de la "paz, justicia y libertad" para todos los colombianos. El nuevo presidente dijo: "La Patria no puede vivir tranquila mientras tenga hijos con hambre y desnudez". La Asamblea Nacional Constituyente, que había sido convocada por el presidente Laureano Gómez, expidió un acto legislativo por el cual reafirmó la posesión del presidente Gustavo Rojas Pinilla. Según su argumento, el 13 de junio de 1953 había quedado vacante el cargo de presidente de la República y afirmaba: "Es legítimo el título del actual presidente de la República, teniente general Gustavo Rojas Pinilla, quien ejercerá el cargo por el resto del período presidencial en curso". El nuevo gobierno siguió los postulados de paz, justicia y libertad; orden contra la anarquía, la violencia y la crisis moral, y se propuso conseguir la restauración moral y democrática de la República.
Rojas Pinilla consideraba que lo ideal para la crisis que estaba atravesando Colombia era la unión entre el pueblo y las Fuerzas Militares, y señalaba que sin justicia social no se podría alcanzar la paz. El 3 de agosto de 1954 Rojas logró cambiar las fuerzas de la Asamblea Constituyente para ser reelegido para el período 1954-1958.
Durante el primer año de gobierno militar el país vivió una luna de miel con Rojas. Los medios cerraron filas en favor del gobierno. Pero su reelección y la matanza de los estudiantes universitarios de Bogotá en el centro de la ciudad el 8 y el 9 de junio de 1954 empezaron a cambiar la opinión. Después vendrían la censura y los atentados contra los periódicos El Tiempo, El Espectador y El Siglo, que agudizaron su caída.
La historia de Colombia cambió pues la clase política tradicional se fusionó a través del Frente Nacional para superar las diferencias y desplazar a la tercera fuerza en el poder.
Al igual que con su llegada, la salida de Rojas en 1957 también fue una expresión de júbilo y alegría nacional, de transición pacífica. Quedó en la memoria de una parte de los colombianos una gestión caracterizada por grandes obras públicas, reducción de la violencia, crecimiento económico y favorecimiento a los más desprotegidos. Con Rojas, el país estuvo entre una especie de caudillo o populista tardío. Con el golpe de Rojas vivimos nuestra única experiencia de gobierno militar en la historia de Colombia.
*Abogada