Un puñado de peruanos rodeó la residencia del ministro de Colombia en las afueras de Lima el sábado 18 de febrero de 1933 después del discurso del general Luis Miguel Sánchez Cerro, presidente del Perú. A las 10 de la noche, este monigote había dicho por radio: "Nuestros adversarios sabrán lo que significa atacar al Perú". Media hora más tarde, ante las amenazas de los merodeadores, abandonaron la casa situada en el número 502 de la avenida de Chorrillos, la hija del embajador, Beatriz Lozano Simonelli, de 12 años, y su esposa Elena Simonelli Ratti, peruana de familia italiana y emparentada con Achille Ratti, en ese momento papa Pío XI. El ministro, Fabio Lozano y Lozano, accedió a retirar el escudo de Colombia, por solicitud de un guardia peruano.
Luego llegaron centenares de asaltantes, muchos de ellos de los clubes sanchezcerristas. Gritaban "Abajo Colombia" y "Muerte a Olaya Herrera". Entraron a la legación y destrozaron los cristales, las ventanas y los muebles, demolieron a piedra un piano, despedazaron un perrito del hijo del ministro, robaron las joyas, las alfombras, la platería y los cuadros. Lozano se escondió en un cuarto con llave. Cuando la turba lo localizó, saltó por una ventana y se refugió en un rincón del sótano, donde lo encontró con una linterna a las 3 de la mañana el prefecto de Lima.
El asalto a la legación -tal vez la única ocasión en que ha sido saqueada una misión diplomática colombiana- fue la respuesta peruana a la recuperación colombiana de Tarapacá. El 14 de febrero aviones peruanos atacaron la flotilla naval organizada con extraordinaria celeridad por el general Alfredo Vázquez Cobo a raíz de la toma de Leticia el primero de septiembre de 1932. El mismo día 14, Vázquez Cobo intimó rendición a los peruanos que ocupaban este puerto sobre el río Putumayo. Los peruanos huyeron sin oponer resistencia y las fuerzas colombianas recuperaron Tarapacá el 15 de febrero. En Bogotá, por cuenta del ataque de la aviación, el presidente Enrique Olaya Herrera rompió relaciones diplomáticas con el Perú ese mismo día.
Civiles peruanos se habían tomado Leticia seis meses atrás, azuzados por el dueño de un ingenio que desde la entrega del trapecio a Colombia en 1930 tenía que pagar derechos de aduana para exportar el azúcar a Iquitos, su único mercado. Sánchez Cerro convirtió una ocupación privada y comercial en invasión peruana al enviar tropas que ocuparon Leticia y Tarapacá y derogar unilateralmente el tratado Lozano-Salomón que había zanjado la cuestión de fronteras entre los dos países. El tratado de 1922 fue obra de Fabio Lozano Torrijos, ministro de Colombia en Lima, y padre de Lozano y Lozano.
Aunque aprobado por los congresos de ambos países, el tratado fue rechazado de facto en el Perú, país que ha mantenido pleitos fronterizos -y varias guerras- con todos sus vecinos (Chile, Bolivia, Ecuador, Colombia y Brasil), salvo con el océano Pacífico. El rechazo fue mayor en Loreto, el departamento amazónico, no solamente porque los peruanos fueron los primeros colonos del trapecio sino porque fueron los asesinos peruanos de la Casa Arana quienes para la conquista del caucho sometieron a los indios del Putumayo a un estado de esclavitud por cuenta de la Casa Arana de Julio César Arana, que aún hoy sigue siendo considerado héroe nacional en el Perú.
Arana, un vendedor de sombreros panamá, llegó a ser con su conquista del Putumayo en las postrimerías del siglo XIX, lo que hoy se llamaría uno de los grandes empresarios latinoamericanos, pues el caucho era el oro negro del momento.
Los colombianos fueron inicialmente indiferentes a la invasión. Pero cuando el 17 de septiembre de 1932 el gobierno peruano se opuso a que las cañoneras colombianas apostadas en el Putumayo se trasladaran a Leticia, el clima cambió y el patriotismo se desbocó. Laureano Gómez, el jefe de la oposición, exclamó en el Senado: "Paz, paz, paz en lo interior. Guerra, guerra, guerra en la frontera contra el enemigo felón". El estudiante de derecho Enrique Caballero Escovar pregonó que los universitarios persignarían el cielo con la cruz de acero de los aviones de guerra.
El Tiempo dijo haber recibido el día 19, 10.000 cartas de adhesión a la recuperación de Leticia y los estudiantes desfilaban con sus maestros por las calles de Bogotá cantando: "Sánchez Cerro morirá y Colombia vencerá". Se aprobó un empréstito de 10 millones de dólares que sirvió para financiar la flotilla de Vázquez Cobo y se fundieron miles de argollas nupciales, donadas en todo el país, por iniciativa del ingeniero huilense César García Álvarez, que lanzó la idea en una carta a los diarios El Tiempo, El Espectador, El Diario Nacional, El País y Mundo al Día. Las argollas fundidas pesaron 400 kilos de oro.
Sánchez Cerro creía que Colombia no podía defenderse. A la ausencia de vías terrestres se sumaba la virtual inexistencia de una marina militar y la gran distancia entre el trapecio y los puertos atlánticos. El equilibrio de fuerzas cambió cuando a finales de diciembre de 1932 Vázquez Cobo arribó a la desembocadura del Amazonas con una flota de barcos viejos que adquirió en Europa. En 90 días Colombia organizó una respetable respuesta militar, una proeza para la época. Herbert Boy y otros aviadores alemanes y colombianos de la Scadta adaptaron sus aviones comerciales como improvisada fuerza aérea.
Olaya no autorizó la reconquista de Leticia con la flota naval porque en el puerto había más tropas peruanas que en Tarapacá y porque a diferencia del Putumayo, en el Amazonas solamente una ribera era colombiana y la otra, brasileña. En cambio, la reconquista de Tarapacá era una victoria garantizada.
La recuperación de Leticia se abrió paso poco después con el asesinato de Sánchez Cerro el 30 de abril de 1933. Al salir de un discurso en el hipódromo de Lima, donde afirmó: "Yo como miembro viril del Ejército Peruano..." le disparó un joven cocinero aprista.
Su sucesor, el general Óscar Benavides, se reunió 15 días después en Lima con el jefe del Partido Liberal, Alfonso López Pumarejo, que viajó con sus hijos Fernando y Alfonso. El Perú reparó la casa de la legación, destruida en febrero, y aceptó entregar Leticia a una comisión de la Sociedad de Naciones, que permaneció un año.
Colombia y el Perú se reunieron luego en Río de Janeiro para pactar la paz. En el protocolo que se firmó, el Perú reconoció que "deplora sinceramente (...) los acontecimientos ocurridos a partir del primero de septiembre de 1932, que perturbaron sus relaciones con Colombia". Recuperó su vigencia el tratado Lozano-Salomón y la asamblea de Boyacá rebautizó el municipio de La Paz, con el nombre de Paz de Río, en recuerdo de la paz alcanzada en la entonces capital del Brasil.
El conflicto amazónico afianzó, como tal vez nunca antes y pocas veces después, la unidad nacional colombiana. En un país que ha vivido en guerras civiles y conflagraciones internas, el conflicto con el Perú fue para Colombia el único enfrentamiento bélico exterior del siglo XX, aparte del contingente de tropas enviado a Corea.
*Periodista y escritor, autor del libro 'La guerra con el Perú'