Hace unas pocas semanas, en el marco del Festival de Cine Europeo, Eurocine, se presentó en Bogotá la película 24 horas de fiesta, en la que se señalaba como día histórico el 4 de junio de 1976, cuando 42 personas asistieron a una presentación de los Sex Pistols en Manchester que partió en dos la historia musical de la ciudad. Lo mismo puede decirse del 5 de septiembre de 1929, exactamente 64 años antes del tan recordado 5-0 a Argentina en la cancha de River. Ese día se emitió por primera vez la señal de la HJN, y estas dos horas de programación llegarían a lo sumo a unas pocas decenas de personas pues en Colombia, se calcula, existían entonces unos 200 ó 250 receptores.
Un día que hoy nadie recuerda, que no figura en casi ningún libro de historia ni en el imaginario de nadie, como el 4-4 ante la Urss, el triunfo de Luz Marina Zuluaga en Miss Universo o el día que dieron de baja a Pablo Escobar. Sin embargo ese día germinó, tímida y balbuceante, una semilla que sería, por un lado, el origen de la radio cultural en Colombia, que hoy se precia de contar no sólo con el sistema de la Radiodifusora Nacional de Colombia, sino también con la Hjck y un buen número de emisoras universitarias que desde distintas ciudades del país promueven los valores de la cultura nacional y universal.
Mucho más impactante aún, la HJN fue el primer paso concreto de un proceso responsable en gran medida de la acelerada transformación del país en los últimos 70 años. Fue de la mano de la radio que Colombia entró de lleno en el siglo XX, luego en la modernidad, y en gran medida gracias a ella, de manera directa e indirecta, se ha convertido en la nación que es hoy. La radio, a través de las cadenas nacionales, ha permitido que regiones separadas por largas distancias y accidentes geográficos se conozcan entre ellas y encuentren en la radio motivos de unidad nacional. Desde un triunfo deportivo que llena de orgullo al país entero hasta la noticia de una catástrofe nacional que en pocas horas transforma a Colombia en la nación más solidaria del mundo. La radio hizo posible que la Vuelta a Colombia, un evento deportivo que se corría por trochas impracticables, paralizara al país durante dos o tres semanas enteras cada año y, de paso, se convirtió en una lección de geografía.
La radio, nadie lo duda, ha cambiado en los últimos 70 años el rostro de Colombia y la imagen que de ella tienen sus habitantes. Para bien y para mal.
Los tiempos del ruido
Resulta importante anotar que en 1929 no sólo nació la HJN sino que también apareció la HKD (el 8 de diciembre), más tarde conocida como La Voz de Barranquilla, y que los estudiosos consideran como la primera estación privada del país.
El de la HJN fue un parto muy largo. Ya en 1924, durante el gobierno de Pedro Nel Ospina, se había destinado un terreno para ubicar los equipos contratados un año antes con la casa Telefunken de Berlín. Los trabajos se terminaron en 1927, siendo ya presidente Miguel Abadía Méndez, bajo la dirección del ingeniero alemán Richard Schloenssen.
El gobierno aseguraba que en agosto o septiembre de aquel año comenzaría a emitir. Sin embargo la promesa se pospuso varias veces. Leopoldo Ortiz Borda, jefe de inalámbricos del Ministerio de Correos y Telégrafos, anunció que comenzaría a emitir antes del primero de abril de 1929, tal como lo reseñó la revista Chapinero del primero de enero de 1919. Se prometieron nuevas fechas (20 de julio, 3 y 7 de agosto) hasta que por fin la HJN salió al aire con la siguiente programación: música a cargo de la orquesta del maestro Alejandro Wills y la lira de Pedro Morales Pino; luego, palabras de José de Jesús García, ministro de Correos y Telégrafos. Este sencillo programa se originó en los estudios instalados en el Capitolio Nacional. Desde allí la señal iba al transmisor Telefunken de Puente Aranda, entonces al occidente de la ciudad, hoy una de las localidades del casco urbano.
En su primera etapa la HJN transmitía de lunes a sábado entre las 8 y las 10 de la noche. Además de música, a los oyentes se les ofrecían conferencias, noticias de Colombia y el exterior, notas de la vida diaria en Bogotá e información bursátil. En sus primeros tiempos la emisora pasaba cuñas publicitarias que ayudaban a su sostenimiento, una política que se cambió al llegar al poder la administración liberal de Enrique Olaya Herrera, que consideró que era deber del Estado sostener la emisora, como ha ocurrido desde entonces con la HJN y su sucesora, la Radiodifusora Nacional de Colombia.
Como señala el sociólogo Milciades Vizcaíno Gutiérrez, integrante del grupo de Teoría Social de la Escuela de Ciencias Humanas de la Universidad del Rosario en su ensayo La HJN: precursora de la radio colombiana y soporte en la construcción del Estado-Nación, la estación funcionó porque el país había montado poco a poco la infraestructura técnica requerida. "Sin ella, el proyecto modernizador se hubiera aplazado por algunos años. El abuelo podría decirse que estuvo encarnado en la telegrafía sin hilos o la radiotelegrafía mientras que el padre fue realmente el radiófono o el teléfono inalámbrico". El autor destaca algunos hitos importantes. "En 1920 la empresa Marconi ofreció al gobierno colombiano la posibilidad de ensayar un puente entre Bogotá y Girardot como uno de los primeros experimentos de trascendencia; el presidente Pedro Nel Ospina, el 22 de abril de 1923, inauguró la Estación Internacional de Morato, la cual había sido construida en Engativá por la Marconi Wireless; desde 1918 había surgido la iniciativa de crear el Ministerio de Correos y Telégrafos, pero sólo se reglamentó en 1929 y se puso en funcionamiento".
Hacia 1928 la radiodifusión en Colombia era un beneficio que compartían un puñado de gomosos radioaficionados que se reunían para escuchar emisiones provenientes de Estados Unidos, Alemania y Eindhoven (Holanda, sede de la casa Philips), así como las señales de la BBC de Londres y Radio Francia.
Esta minoría (antecesora de la 'inmensa minoría' de la que se precia la Hjck) presionaba al Estado para que Colombia tuviera una estación con fines informativos y culturales. Como señala Vizcaíno, "a finales de 1928 se constataba una paradoja: Bogotá era tal vez la ciudad de América Latina en donde funcionaban más aparatos de onda corta; pero también era la única capital de la región en donde no funcionaba una estación radiodifusora". La ya citada revista Chapinero abanderó esta campaña para dotar a Bogotá y al país de una emisora de carácter cultural. "No sabemos cuál es la causa para que aún no se haya inaugurado el 'broadcasting' de Bogotá, pues se han gastado ya grandes sumas en la instalación de las máquinas y edificios para la estación. El Ministerio de Comunicaciones debe apurar a los contratistas para que entreguen pronto la radiodifusora de Bogotá, o ceder el campo a las iniciativas particulares. Esta ciudad es la única capital del continente que no tiene una estación radiodifusora".
Con el nombramiento de Daniel Samper Ortega, director de la Biblioteca Nacional, como encargado de la dirección de la HJN entre el 3 de marzo de 1932 y el 30 de junio de 1933, se consolidó la estrategia del Gobierno de "colocar el radio al servicio de la cultura nacional. Por lo tanto, los programas musicales se arreglarán de manera que el público se vaya familiarizando poco a poco con los grandes maestros, y todas las noches habrá conferencias sobre temas netamente culturales: los problemas de la enseñanza primaria, secundaria y universitaria, los institutos que influyen en la vida cultural y artística del país, como la Biblioteca Nacional, la Escuela de Bellas Artes, el Conservatorio y la Dirección Nacional de Bellas Artes. Serán transmitidas también las conversaciones de la Academia de Historia y las de las entidades que, como el Club Rotario y el Centro de Estudios, abordan con frecuencia temas positivamente interesantes para la construcción espiritual del país, así como lecturas sobre temas científicos que sirvan para extender más allá de los claustros los servicios de la Universidad". En esta misma comunicación, el director anunciaba su intención de "no dejar pasar inadvertida ninguna efemérides para la historia, la cultura y el arte colombianos, y ninguna de las más sobresalientes de otros países". La programación también tenía en cuenta a los niños. A los planteles educativos se les eximió de impuestos a la importación de radios para estimular su uso en las aulas. Centenares de telegramas efusivos provenientes de diversos países de América Latina daban a entender que este esfuerzo cultural no era en vano.
Este modelo perduró en las primeras dos décadas y sólo en los años 50 apareció en la programación de la Radiodifusora un nuevo género, el de los radioteatros y la radionovela, que se hizo muy popular en emisoras comerciales y que le dio origen a los teleteatros y las telenovelas a partir de 1954, cuando se instaló la televisión en Colombia.
Los problemas financieros, sin embargo, no faltaron en estos primeros años. Muchos de los programas se hacían en vivo, así que si los músicos decidían no tocar por falta de pago, significaba que la programación sufría graves perturbaciones. Aunque los funcionarios del gobierno felicitaban a la emisora por su gestión y por el aumento de su cobertura, casi nunca podían cumplir con las necesidades económicas de la HJN.
En los 30 también preocupaba que la emisora llegara a lugares como Manizales, Cúcuta, Quibdó, Bucaramanga, Neiva, Ibagué y Pasto, donde no existían receptores, mientras que Barranquilla solicitaba emisiones en onda corta y Tunja y Cali se quejaban de la calidad de la transmisión.
Para resolver estos inconvenientes financieros y técnicos el gobierno de López Pumarejo suspendió las operaciones en noviembre de 1937 y volvió a operar el primero de febrero de 1940, durante el mandato del presidente Eduardo Santos.
La HJN había cambiado de nombre. Ahora se llamaba Radiodifusora Nacional de Colombia, pero mantenía intacto el espíritu de la HJN, que la ha convertido en un patrimonio de la Nación.
*Editor de Cultura de SEMANA