La Constitución de 1886 tiene una historia corta y otra larga. La corta va desde el 9 de agosto de 1885, cuando el presidente Rafael Núñez en el balcón de la casa de gobierno anuncia lacónicamente al terminar la terrible guerra civil de ese año que "la Constitución de 1863 ha dejado de existir", hasta su expedición formal el 4 de agosto de 1886.
La historia larga ocupa aquel tormentoso cuarto de siglo federalista que la precedió, y que va desde la revolución de 1860, encabezada por el general Tomás Cipriano de Mosquera, hasta la convocatoria en noviembre de 1885 del Consejo de Delegatarios, que habría de redactar la nueva Carta Política.
En su célebre discurso del 11 de noviembre de 1885 ante el Consejo de Delegatarios, el presidente Núñez consignó lo que es quizá la mejor explicación de la Constitución de 1886 como una reacción contra los "nefastos" proyectos federales de la segunda mitad del siglo XIX: "La Constitución de 1858 -netamente federal- preparó y facilitó evidentemente la desastrosa rebelión de 1860, la cual nos condujo al desgraciado régimen establecido en 1863, sobre la base deleznable de la soberanía seccional. En el funesto anhelo de desorganización que se apoderó de nuestros espíritus, avanzamos hasta dividir lo que es necesariamente indivisible; y además de la frontera exterior, creamos nueve fronteras internas, con nueve códigos especiales, nueve costosas jerarquías burocráticas, nueve ejércitos, nueve agitaciones de todo género casi remitentes".
La historia corta de la Constitución del 86 -es decir, la inmediata- está asociada a la guerra del 85. Este fue el momento en que Núñez rompe definitivamente con el radicalismo liberal y se asocia a plenitud con el partido Conservador, que no solo le aportó su valioso concurso político para llevar adelante la obra de la Regeneración, sino que le brindó un insustituible apoyo militar para vencer en la sangrienta guerra que concluyó con la batalla de la Humareda.
Hasta aquel momento Núñez había sido un federalista tibio. No se le había pasado por la cabeza promover un cambio tan radical como el que dio la Carta del 86 hacia una organización férreamente centralista, en la que "la Nación colombiana se reconstituye en forma de República unitaria". Núñez había participado en la convención de Rionegro, que redactó "el desgraciado régimen", como denominó a la Constitución del 63 en su discurso ante el Consejo de Delegatarios en noviembre de 1885. Pero la guerra de este año lo cambió todo. Las heridas se hicieron insanables, su alejamiento del partido Liberal se tornó irreversible, y cayó en los brazos ideológicos del partido Conservador comandado por Miguel Antonio Caro, que finalmente fue quien redactó la parte sustancial del proyecto de articulado constitucional adoptado por los delegatarios del 86.
Muchos biógrafos del señor Núñez coinciden en afirmar que él mismo terminó arrepentido del grado de dependencia que llegó a adquirir de la rama del partido Conservador que lo acompañó, no solo en la redacción de la Constitución del 86 sino luego, durante los años de gestión administrativa de la Regeneración, cuando mientras el señor Núñez meditaba en su casa de El Cabrero en Cartagena, en Bogotá mandaban "Presidentes de mano dura y divisa azul".
Quienes sostienen esta tesis se apoyan en un texto del propio Núñez, que en alguna ocasión dijo lo siguiente: "Desde que fueron entregadas las armas al ejército de reserva del general Canal (conservador, triunfador de la guerra del 85), yo quedé convertido en el leño inerte que arrastra la corriente y que no sabe en qué playa irá a reposar".
Quizá la manera como se redactó la Constitución de 1886 explica este malestar. El señor Caro, con su avasallante inteligencia, se apoderó del escenario del Consejo de Delegatarios e impuso allí sus ortodoxas y dogmáticas ideas. Tanto las bases de la reforma, que fueron sometidas a referendo ante las municipalidades del país, como el proyecto mismo de articulado constitucional sobre el cual trabajó en el Consejo de Delegatarios, fueron redactados íntegramente por don Miguel Antonio. Hasta el punto que Alfredo Vásquez Carrizosa pudo escribir lo siguiente: "Núñez no fue un vencido, pero sí un desilusionado. La Constitución que él había propuesto por intermedio de José María Samper no fue siquiera considerada y la que aprobó el Consejo de Delegatarios redactada por Miguel Antonio Caro no era la suya. Ahí está, sin duda, el drama moral que acompaña al Presidente titular a Cartagena". Y, en efecto, Núñez se abstuvo de estampar su firma al momento de promulgar la Constitución. En su reemplazo lo hizo el vicepresidente, el general Campo Serrano.
La Constitución de 1886 rigió durante 105 años la vida institucional de Colombia (con reformas de poca trascendencia algunas, pero otras de gran significación como las de 1910, 1936, 1945 y 1998), hasta cuando fue derogada íntegramente por la Asamblea Constituyente de 1991.
¿Qué balance podríamos hacer de la Carta Política de 1886?
Evidentemente, el propósito fundamental buscado por sus redactores, a saber, cerrar la página de desorden y de debilidad institucional que generó el régimen federal que rigió en el país durante la segunda parte del siglo XIX, se cumplió a cabalidad.
La República se afirmó desde entonces sobre las sólidas bases de una soberanía central, y no sobre las frágiles "soberanías seccionales" que en su momento denunció el señor Núñez. Y, esto, por supuesto, es un legado inmenso que nos dejó la Constitución del 86 que aún subsiste.
"Centralización política y descentralización administrativa", fue el lema orientador de la obra política de la Regeneración. ¿Qué tan bien se cumplió este lema durante el siglo de vigencia que tuvo la Carta del 86? Habría que decir que hubo mucha más centralización política que descentralización administrativa, la cual en realidad no comienza a tomar aliento sino con las reformas de los años 80 y 90, ya bien avanzado el siglo XX.
Las grandes vigas de apoyo y las columnas centrales de arquitectura institucional del país vienen sin embargo de la Constitución del 86. Y fueron continuadas por la Constitución de 1991, así ésta hubiera derogado íntegramente la Carta Política de la Regeneración. La Constitución del 1991 cambió el decorado pero mantuvo las grandes líneas estructurales de 1886.
Si bien la nueva carta se presentó en su momento como una reacción contra "el desorden" de la federación, hay que aceptar que sus inicios fueron dolorosos y, en cierta manera, contradictorios con los propósitos de reafirmar el orden y la autoridad que la habían justificado.
La guerra de los Mil Días y la dolorosa separación de Panamá fueron dos episodios que desgarraron la unidad nacional cuando la Constitución del 86 no había completado aún dos décadas de existencia. Esta incrementó notablemente la preeminencia y los poderes del Presidente de la República y del poder ejecutivo en general. El señor Caro habló alguna vez de que se había organizado "una monarquía electiva". Y en cierta manera fue verdad. La Constitución del 91 debilitó la institución presidencial que la del 86 tanto había fortalecido.
Será la historia la que habrá de juzgar cuál de las dos constituciones anduvo por un camino más adecuado.
* Profesor universitario, ex ministro de Hacienda