1. La expedición de Jiménez de Quesada
Como se ha visto, la situación samaria impulsaba a los conquistadores a la búsqueda incesante de nuevos grupos indígenas; la gente no podía mantenerse sino mediante el hallazgo de nuevos tesoros apropiables. Además, a partir de 1533 la conquista del Perú había creado nuevas esperanzas de enriquecimiento entre los españoles y se creía que quienes lograran encontrar una nueva ruta al fabuloso Perú hallarían al mismo tiempo el camino a la satisfacción de sus más grandiosos sueños de gloria y riqueza.
Por otra parte era evidente que muchos de los objetos y joyas de oro encontrados entre los pueblos de la costa, así como las esmeraldas, debían venir del interior, y las expediciones realizadas entre 1531 y 1534 por el Bajo Magdalena volvieron con informes y rumores acerca de pueblos ricos en oro y esmeraldas que debían estar situados hacia el sur, en las montañas al oriente del Magdalena.
Esto explica la desusada importancia que dio Pedro Fernández de Lugo a la expedición organizada en 1536; fue preparada como una de las más ambiciosas empresas entre las que se originaron en Santa Marta. Según los cronistas, el 5 de abril de 1536, al mando del capitán Gonzalo Jiménez de Quesada, salió el grupo de Santa Marta; consistía en unos 600 soldados, 85 caballos, 200 marineros en cinco naves1. Era uno de los grupos mayores que se habían utitizado para una aventura similar, y el número de participantes resulta aún más notable si se considera la población que entonces tenía Santa Marta.
La marcha al territorio de los chibchas ha sido narrada con todo detalle por cronistas e historiadores, que han subrayado las tremendas dificultades encontradas por los españoles y el heroísmo y decisión desplegados por éstos. Basta señalar aquí algunos de los hechos más significativos.
La salida, después de que Quesada recibiera las instrucciones de rigor del gobernador de Santa Marta, entre las que figuraba la orden de que tan pronto como los indios estuviesen en paz "les pidáis oro"2, se hizo en dos grupos. Una parte debía ir por el Magdalena y otra por tierra, para encontrarse en tierras del cacique Tamalameque. El 6 de mayo se encontraban ya en Chiriguaná los expedicionarios de tierra, encabezados por Quesada, que había bordeado la vertiente occidental de la Sierra Nevada y cruzado el territorio de los Chimilas3. Mientras esperaban los buques recorrieron durante dos meses la región, en medio de una población numerosa y hostil, e hicieron las primeras adquisiciones de oro. Los barcos casi no logran entrar al Magdalena, pero finalmente el grupo encabezado por Luis de Manjarrés, disminuido por la pérdida de tres naves, logró reunirse con Quesada, y todos continuaron la marcha por la oriIla oriental del Magdalena. Pasaron hacia el sur a Sampollón y la desembocadura del río Lebrija, por territorio desconocido, en medio de una selva muy difícil, amenazados por caimanes, tigres y otras alimañas, y sin alimentos, obligados a comer raíces, animales salvajes, caballos, ratones y, en una ocasión, a uno de los mismos conquistadores. El 28 de diciembre estaban en un sitio que llamaron La Tora (Barrancabermeja), donde vieron indios que se vestían con mantas coloradas y se alimentaban con maíz y yuca (¿yariquíes?).
Pero se había logrado poco oro y la esperanza de encontrar el resultado esperado casi había desaparecido4. Sin embargo, un grupo halló señales de camino por los ríos del oriente y una segunda expedición exploratoria, al mando de Juan de San Martín, penetró por el Opón y tropezó con una canoa indígena que llevaba panes de sal y mantas de algodón; los españoles descubrieron también construcciones deshabitadas, aparentes depósitos para el intercambio de sales y mantas. Después de que otro grupo encabezado por Juan de Céspedes y Antonio de Lebrija encontró tierras habitadas, Quesada despachó a los heridos y enfermos con Manjarrés hacia Santa Marta y siguió con poco más de 180 hombres que le quedaban5. Después de un tiempo dieron en un valle poblado (que denominaron del Alférez) donde consiguieron un guía y a comienzos de marzo entraron en territorio chibcha, donde los indios hablaban un idioma diferente del encontrado hasta entonces y sembraban sobre todo papas. El entusiasmo de los españoles no tenía límites. Frente a ellos se encontraba, según todos los indicios, una población densa y activa. Como lo describió Castellanos:
"Y cuanto más encumbra la ladera
más a placer se ven las rasas cumbres,
llenas de cultivadas sementeras
que quitan atrasadas pesadumbres,
con los humanos usos y costumbres
vense los pueblos, hierven los caminos
con los tratos y contratos de vecinos"6.
Estaban al norte de Vélez, en un lugar al que dieron el nombre de La Grita. El 4 de marzo llegaron a Chipatá y después de cruzar varios pueblos pequeños llegaron el 12 a Guachetá, donde el valle tenía más de 1.000 casas y fueron considerados hijos del Sol por los asombrados indígenas, que les ofrecieron esmeraldas y otros obsequios, entre ellos niños pequeños para que se alimentaran. Entre Suesca y Nemocón enfrentaron los hombres de Quesada el primer intento de resistencia activa de los chibchas: el zipa, Tisquesusa, hizo un esfuerzo fallido por expulsar a la fuerza a los invasores, quienes dieron entonces la primera muestra de su superioridad militar.
Quesada, ya en la sabana, fue acosado a partir de ese momento en forma continua por sujetos de Tisquesusa, pero logró aprovecharse de las rivalidades entre diversos caciques indígenas para ir debilitando el poder del cacique de Bogotá. Los caciques de Chía y Suba estuvieron entre los primeros en someterse y colaborar con los españoles, mientras los hombres de Tisquesusa sufrían derrota tras derrota, pues no lograban oponer a los españoles, que contaban con caballos, perros y armas de metal, más que toscas armas de madera: lanzas, macanas y dardos arrojados con tiraderas. Algunos grupos de españoles recorrieron los páramos del sur de Bogotá y parte de la vertiente occidental de la sabana, por donde entraron en contacto con los belicosos panches; la situación no parecía muy prometedora por estas regiones, y en la sabana misma el oro esperado no aparecía en grandes cantidades, quizás, según se dijo entonces, porque el Zipa había escondido sus tesoros al llegar los europeos. Quesada decidió entonces seguir hacia el norte, en busca de las minas de esmeraldas. Los españoles fueron a Chocontá, Turmequé y el valle de Tenza -desde donde vieron los Llanos Orientales- y encontraron las minas de esmeraldas de Somondoco. Supieron entonces, por informantes indios, de la existencia del cacicazgo de Tunja, y en agosto de 1537 invadieron su territorio, sin dar tiempo al Zaque de esconder sus tesoros. El cacique Quemuenchatocha fue apresado y los españoles obtuvieron un fabuloso botín, que dio la primera satisfacción a sus anhelos, pues aunque habían encontrado ya una numerosa población "tenían los ojos puestos más en las riquezas que en los naturales"7, como comentaba Aguado. No tuvieron igual fortuna en Sogamoso, donde la búsqueda de oro resultó infructuosa; allí los españoles incendiaron el templo del Sol mientras trataban de encontrar los tesoros de los indios.
Quesada regresó luego a Bogotá después de enfrentarse a una multitud de indios en Paipa, donde el cacique de Duitama ofreció una tenaz resistencia. Tisquesusa, por su parte, continuó hostigando y atacando a los españoles, pero en alguna oscura escaramuza murió -a fines de 1537- sin que los españoles se enteraran inmediatamente y sin que se supiera nada de su tesoro. Una nueva salida, a la región de Neiva, no condujo a nada firme: los españoles, ante la aridez y las escasas riquezas de la región, donde no encontraron siquiera abundantes poblaciones, denominaron el sitio Valle de las Tristezas. Al volver a la sabana, en febrero de 1538, chocaron con el sucesor de Tisquesusa, su sobrino Sagipa (Saquesasipa), quien se sometió pronto y obtuvo la ayuda española en una guerra contra los panches. Por la misma época, en junio de 1538, se hizo el reparto del botín obtenido hasta entonces. A cada español le correspondió una suma por encima de $ 520, el doble a los que habían venido a caballo y el cuádruple a los capitanes; Quesada recibió 5 partes y se reservaron 10 para Fernández de Lugo. Como ocurría siempre en situaciones similares, a la relativa abundancia de oro correspondía la gran escasez de artículos españoles, y en especial de aquellos más necesarios para las luchas con los indígenas: caballos, armas, herraduras. Los precios de estos bienes alcanzaron altísimos niveles y llegó a afirmarse que resultaba preferible usar oro bajo en vez de hierro para herrar los caballos, por el precio que este último había alcanzado.
Pronto se deterioraron las relaciones entre los españoles y Sagipa. Aquéllos, deseosos de localizar el perdido tesoro del Zipa, apresaron a Sagipa y lo sometieron a juicio, acusándolo de usurpar el cacicazgo de Bogotá, que debía haber ido al cacique de Chía, sobrino de Tisquesusa, de rebelión contra los españoles y de negarse a revelar el sitio donde estaba oculto el fabuloso tesoro. El hermano de Jiménez de Quesada, Hernán Pérez, sirvió de curador apoderado de Sagipa, y en su nombre apeló contra la sentencia de tortura dada por el Licenciado, quien rechazó el recurso alegando que podía perderse el oro y además que el reo era "infiel, donde no se requería de tantos miramientos ni advertencias como a un cristiano"8. Según el testimonio posterior, Sagipa hizo que sus indios quemaran las habitaciones que tenían los españoles en Bogotá (cerca a Funza); Quesada ordenó entonces a los indios de Guatavita que construyeran un poblado para los españoles, al cual se trasladaron posteriormente.
2. Fundación de las primeras ciudades
Según la tradición, el 6 de agosto de 1538 el capellán español ofreció la primera misa en el poblado edificado por los indios para los invasores, en un sitio conocido como Teusacá. Aunque no se hicieron entonces los trámites legales de fundación, los habitantes de Santa Fe adoptaron pronto esta fecha como la de la fundación de la ciudad, lo que posiblemente expresa que para entonces ya los españoles se sentían seguros de permanecer en territorio chibcha y tenían el control de la situación: la superioridad militar y organizativa de los peninsulares, la mezcla de temor y reverencia que manifestaron los indios y las divisiones internas de éstos se conjugaron para lograr este resultado, que se consolidó aún más cuando poco después de hecho el poblado murió Sagipa a consecuencia de las torturas padecidas. El tesoro, sin embargo, no pudo encontrarse.
Quesada, que quería irse a España a informar a la Corona de lo descubierto, había retrasado la partida en espera de resultados adicionales. A fines del año envió a Hernán Pérez -que en abril y mayo había tratado de encontrar el reino de las amazonas- al otro lado del Magdalena, en busca de las sierras nevadas. En este viaje Pérez se enteró de que gentes españolas -los hombres de Belalcázar- venían del sur en busca del Dorado. Apenas informado de esto, Jiménez de Quesada recibió la noticia de que otro grupo español se acercaba a la altiplanicie chibcha: desde Venezuela, después de recorrer durante dos años los Llanos Orientales, llegaba hacia febrero de 1539 Nicolás de Federmán, con algo menos de 200 hombres. Había salido en 1537, siguiendo las huellas de Jorge Espira, quien entre 1535 y 1538 recorrió los Llanos Orientales, buscando una entrada a Jerira, una región situada en territorio guane y sobre la cual se habían tenido datos por las expediciones de Ambrosio Alfinger. Espira no logró encontrar un buen ascenso a la cordillera Oriental, aunque descendió hasta el río Papamene y el Guaviare, y a los llanos de Ariari; desde allí regresó a Venezuela, a donde llegó con sólo 150 de los 400 soldados que lo habían acompañado. Federmán anduvo entre los indios Guahivos, trató de ascender por el alto Guayabero y el alto Guaviare y finalmente encontró un camino para subir a la cordillera hasta el pueblo de Fosca. Aunque tenía mejor armamento que Quesada, hizo un tratado con éste, quizás temeroso de un acuerdo entre Belalcázar y Quesada; otros lo acusaron de haber recibido oro de los hombres de Quesada para aceptar la situación9.
A los pocos días llegó Sebastián de Belalcázar, con similar número de soldados y muy bien aprovisionados; la venta de los animales (caballos y cerdos; a los hombres de Federmán se atribuye la traída de gallinas)10 y de armas y otras mercancías ayudó a bajar los precios y a que el oro de los hombres de Quesada pasara en buena parte a los de Belalcázar. Los recién llegados pretendieron que el territorio chibcha caía dentro de sus respectivas gobernaciones, pero Federmán, como ya se vio, y luego Belalcázar, aceptaron dejar a Quesada en posesión de la región, mientras cada uno presentaba en España los argumentos a su favor y la Corona tomaba una posición definitiva: si el área recién descubierta correspondería a Santa Marta, a Popayán o a Venezuela, o, como Quesada lo deseaba, se creaba una nueva gobernación.
Quesada, probablemente por influencia de Belalcázar, procedió a realizar la fundación formal de Santa Fe de Bogotá, en abril de 1539, con el cumplimiento de los requisitos habituales, en especial el nombramiento del cabildo. Hacia estos mismos días asignó los indios de la región entre los conquistadores, que recibieron estas encomiendas "en depósito" por carecer el Licenciado de los poderes suficientes para repartir indios. Luego los tres conquistadores partieron en mayo para España. Con Hernán Pérez de Quesada, quien quedó con la autoridad como teniente de gobernador y justicia mayor, permaneció la mayoría de los soldados venidos con Quesada, así como casi todos los que acompañaron a Federmán; unos cuarenta hombres de Belalcázar decidieron también asentarse en Santa Fe. En total quedaron unos 400 hombres (junto con 150 caballos y 300 puercas preñadas)11 un número que justificaba la fundación de otros centros urbanos. En julio, siguiendo instrucción de Jiménez de Quesada, Martín Galeano hizo la fundación de Vélez; la ciudad fue trasladada dos meses después a su lugar actual. El 6 de agosto Gonzalo Suárez Rendón fundó a Tunja.
Los esfuerzos por someter del todo a los indios continuaban. Antes de salir Quesada los españoles hicieron una expedición contra un nuevo cacique de Bogotá, quien se había refugiado con 5.000 indios en el valle de Tena; el "Bogotá", como lo llamaron los cronistas, huyó y permaneció oculto a los conquistadores al menos hasta 1543. Lázaro Fonte, para castigar la muerte de un español que años después estaba vivo, hizo en julio del 39 la pacificación de Fusagasugá. Aunque se le acusó de tratarlos muy mal, "a unos quemando y a otros aperreando, y a otros matando de diversas maneras y a otros echándolos a los perros para que los comiesen y matasen y matando otros y hacerles tasajos para dar a los perros, y a otros muchos indios cortándoles las narices y manos, y a mujeres las tetas; todo al fin, para les sacar oro y esmeraldas... y a las niñas pequeñas forzándolas, enraspándolas en palos y echándose con ellas y corrompiéndolas, de cuyas causas este cacique y capitanes e indios... se rebelaron y han estado de guerra", Fonte sólo admitió haber matado cuarenta capitanes indígenas12. Galeano hizo poco después del traslado de Vélez una entrada contra los Agatá, de la que trajo más de 300 prisioneros, a los que les cortaron narices, dedos y manos; había llevado "gente descansada y algunos perros bravos y cebados en indios", traídos por Belalcázar13. A continuación, de enero a abril de 1540 Galeano fue a Guane y recorrió las regiones de Oiba, Charalá, Guanenta, Chianchón, Simacota, etc. Entre tanto Hernán Pérez había organizado la búsqueda de una fabulosa "casa del Sol", y tratando de hallarla fue a las cercanías de la Sierra Nevada del Cocuy, recorrió las tierras de los indios denominados "laches" y luego fue a Tequia y Camara. Al regresar al Nuevo Reino encontró que los indios, sobre todo en la zona de Tunja, se habían rebelado y no satisfacían las exigencias de los encomenderos. A fines de 1539 y durante la primera mitad de 1540 los indios se vieron sometidos a violencias sin límite: probablemente los españoles trataban de someterlos amedrentándolos, aterrorizándolos o escarmentándolos. Pérez decapitó a Aquiminzaque, cacique de Tunja, junto con varios caciques, principales y capitanes de otros pueblos, después de capturarlos con engaños y promesas; se temía que estuvieran preparando una rebelión conjunta, según la declaración de una indígena de Duitama.
En seguida Pérez fue a sujetar a Guatavita, Machetá y Gachetá; el pueblo de Guatavita fue incendiado y sus labranzas se destruyeron. De manera similar se dominaron rebeliones de Saboyá, Tisquesoque y Agatá -indios que aunque probablemente chibchas usaban el arco y la flecha-. Los indios de Ubaté, Suta, Tausa y Simijaca, que se habían refugiado entre grandes peñones, se arrojaron de éstos al ser derrotados por los peninsulares, que completaron su triunfo mutilando a los vencidos.
Entre tanto, Jiménez de Quesada, sin detenerse en Santa Marta ni informar a la gente de esta gobernación sobre sus descubrimientos, se fue directamente a España. La conquista de los chibchas, sin embargo, fue conocida inmediatamente en Santa Marta, pues Federmán, Quesada y Belalcázar hicieron diversas declaraciones en Cartagena al respecto. El gobernador enviado por la Audiencia de Santo Domingo, Jerónimo Lebrón, decidió ir a Santa Fe inmediatamente (enero de 1540), para tratar de obtener el reconocimiento de la autoridad de Santa Marta. Siguiendo la misma ruta de Quesada, en un viaje en el que sufrió similares dificultades, que redujeron el número de españoles de la expedición de 180 a 90 hombres14, llegó hasta Vélez, donde el cabildo decidió aceptarlo como gobernador; probablemente los conquistadores residentes allí esperaban que el nuevo gobernador, con suficiente autoridad, les legalizara la posesión de las encomiendas, las cuales Quesada había simplemente entregado en depósito. Pero en Tunja y Bogotá los regidores del cabildo, prevenidos por Hernán Pérez de Quesada, se negaron a aceptarlo, alegando que en sus documentos no se mencionaba la autoridad de Santa Marta sobre el Nuevo Reino o sus ciudades (lo que era inevitable, pues en Santo Domingo se enteraron del descubrimiento del Nuevo Reino después de la salida de Lebrón para Santa Marta; en diciembre de 1540, sin tiempo de que Lebrón pudiera saberlo, pues llegó a Santa Fe en septiembre, la Corona española expidió una cédula que registraba el dominio de Santa Marta sobre el Nuevo Reino)15.
Según Lebrón, la verdadera razón estaba en el temor de los conquistadores de que se castigaran sus maltratos a los indios. En todo caso, el gobernador de Santa Marta, que había traído bastantes objetos, mercancías, e incluso semillas de trigo que permitieron las primeras siembras de este grano en la sabana16, se resignó a tratar de sacarle el máximo provecho económico posible a su viaje, vendiendo a elevados precios todo lo que traía, en un momento en el que la escasez local había vuelto a manifestarse. Después de completar sus ventajosas operaciones comerciales
-en las que pudo ir incluso un pago oculto por retirarse y no tratar de imponer su autoridad-, regresó Lebrón a Santa Marta, dejando a casi todos sus hombres en Santa Fe. A éstos se añadieron pronto unos cuantos españoles que llegaron por los llanos desde Venezuela, al mando de Lope Montalvo de Lugo17.
La creciente población, buena parte de ella sin encomiendas, seguía lista para nuevas expediciones. Un grupo encabezado por Baltazar Maldonado fue al otro lado del Magdalena, cruzó tierra de los panches y recorrió luego la zona de Honda, Mariquita y Victoria, hasta llegar a las cercanías de los nevados del Ruiz y el Tolima. El mismo Pérez de Quesada organizó una empresa de gran envergadura en busca del Dorado: el 1º de septiembre de 1541 salió con cerca de 300 españoles y, según Pedro Aguado, 8.000 indios de servicio18, en dirección al llano; allí dio marcha al sur siguiendo el piedemonte de la cordillera Oriental hasta que, después de largas tribulaciones, encontró el valle de Sibundoy, ya explorado por gentes de Belalcázar. Prácticamente todos los indios y 80 soldados españoles murieron en esta nueva búsqueda del Dorado; los demás lograron llegar a comienzos de 1543 a tierras de Popayán. Entre tanto al norte de Santa Fe se fundó otro centro español de existencia efímera: a principios de 1542 una expedición a cuyo mando iba Jerónimo de Aguayo fue a la región de Tequia, Camara y Mogotocoro y fundó la población de Málaga, que se despobló al poco tiempo (1549).
Mientras Pérez de Quesada estaba ausente quedó como teniente de gobernador y justicia mayor Gonzalo Suárez Rendón, quien tuvo que enfrentar una nueva rebelión de los indios de Duitama, debelada "con pura sangre" según la frase de Aguado19, lo que disminuyó notablemente la población indígena. Después el "Tundama", como era denominado el cacique, recibió la muerte en un arranque de ira del encomendero, descontento con la cantidad de tributos que recibía. Del mismo modo se reprimieron otros levantamientos, como los de Lupachoque y Ocavita; éstos fueron quizás los últimos esfuerzos notables de los chibchas por enfrentarse a los invasores, pues a partir de estos años, hacia 1542, puede considerarse la población chibcha como plenamente sometida al dominio español. No se había ahorrado para ello el uso de los métodos de violencia y terror que en otras partes habían dado su sangriento carácter a la conquista: en 1550 Fray Jerónimo de San Miguel escribía desde Santa Fe al Rey explicando cómo se habían tratado los indios: "unos les han quemado vivos; otros les han con muy grande crueldad cortado manos, narices, lenguas y otros miembros; otros es cierto haber ahorcado gran número de ellos, así hombres como mujeres; otros se dice han aperreado indios y destetado mujeres y hecho otras crueldades"20.
3. Alonso Luis de Lugo en Santa Fe
El nuevo gobernador de Santa Marta, Alonso Luis de Lugo, salió de la sede de su gobierno con 300 hombres y llegó al Nuevo Reino en mayo de 1543, después de un duro viaje en el que otra vez se repitieron las ya proverbiales escenas de hambre y horror y perdieron la vida más de ochenta de sus hombres, fuera de muchos esclavos negros, indios y animales y en el que trajo las primeras vacas y toros21.
Lugo venía dispuesto a hacer fortuna con la mayor rapidez posible, y para ello, luego de hacerse reconocer como gobernador legítimo, para lo cual contaba con el respaldo de la Cédula Real de diciembre de 1540 ya mencionada, comenzó a anular las distribuciones de encomiendas hechas provisionalmente por Jiménez de Quesada, las que habían sido modificadas por Pérez de Quesada y Suárez Rendón. Lugo forzó a muchos conquistadores a renunciar a ellas, a otros se las quitó acusándolos de maltratar a los indios, cobró tributos para propio beneficio e hizo luego una nueva repartición, en la cual se autoasignó los pueblos mayores. Apoyándose en las crueldades de Hernán Pérez de Quesada, que muchos conquistadores estaban dispuestos a testimoniar, lo envió preso a España, junto con Suárez Rendón, no sin antes tratar de extorsionarlos. Pérez de Quesada murió cuando, habiendo sido remitido de Santo Domingo otra vez al continente para ser juzgado por Miguel Díaz de Armendáriz, cayó un rayo sobre el buque en que viajaba, en 154422.
La reasignación de encomiendas, que conducía a que los beneficiarios se sintiesen siempre inseguros de su posesión, llevaba por lo tanto a una acelerada explotación de los indios, acentuada además por el hecho de que a veces se había dado dinero para obtener una adjudicación. La creciente explotación de los indios llevó a una nueva rebelión, esta vez en área de los guanes, comenzada por el cacique Chianchón, que habitaba la zona del actual Socorro. La resistencia guane duró varios años, y llevó al exterminio casi total de la población local. Según Pedro Simón, el número de habitantes (incluyendo los indios de Vélez) había pasado en pocos años de 100.000 a 1.600 tributarios23.
Nuevos pasos para expandir la zona dominada y afirmar el control sobre ella se tomaron durante los años en los que Lugo estuvo en Santa Fe. Luis Lanchero encontró un camino mejor del Magdalena a Vélez, por el Carare, en reemplazo del Opón. En 1543 Hernán Vanegas dirigió un grupo de 60 hombres que atravesó tierras de los panches donde peleó, según los cronistas, contra 20.000 indios, cruzó el Magdalena y exploró los llanos vecinos, encontró minas de oro en Sabandija y Venadillo y regresó a Santa Fe después de hacer un breve recorrido por zona de colimas. Con base en esta expedición se decidió fundar una nueva población entre los panches, y así se hizo en 1544 cuando el mismo Hernán Venegas estableció la ciudad de |Tocaima en las riberas del Funza, después de sujetar militarmente algunas tribus vecinas.
Algunos españoles estaban para estos años iniciando el establecimiento de explotaciones ganaderas en Santa Fe, utilizando las reses traídas por Lugo; se esbozaba así la transición hacia una nueva forma de organización de la producción y hacia nuevas relaciones con la población indígena chibcha.
4. Pedro de Orsúa y Miguel Díaz de Armendáriz
Lugo, tras exprimir al máximo el Nuevo Reino, regresó en 1544 a Santa Marta y dejó en su reemplazo a un pariente, Lope Montalvo de Lugo, quien durante su mandato, que se extendió por un año a partir de mayo de 1544, tuvo otra vez que "pacificar" a los rebeldes indios de Guatavita. Montalvo de Lugo, a su turno, fue reemplazado por Pedro de Orsúa, que vino en 1545 enviado por el nuevo visitador Miguel Díaz de Armendáriz, cuyo sobrino era. Orsúa llegó acompañado por el obispo de Santa Marta, Martín de Calatayud, y parece haber dado cierto contento a los antiguos conquistadores, abrazando su causa contra los amigos de Lugo, a muchos de los cuales, entre ellos a Lope Montalvo, apresó.
A fines de 1546 llegó el titular Miguel Díaz de Armendáriz, con 100 hombres, que elevaron el total de residentes españoles del Nuevo Reino a unos 800 hombres24. Quizás una tercera parte eran encomenderos, y el resto estaba compuesto de los soldados y clientes que vivían como protegidos de los encomenderos y a su servicio, así como de los artesanos, clérigos y funcionarios de la Corona que completaban el mundo español. Todos vivían, directa o indirectamente, de los servicios prestados por los indios a sus encomenderos: alimentos, leña, siembras de maíz, papas, trigo; atención a los ganados, cerdos y aves de corral. El trigo había venido a complementar la dieta de los españoles, que no se resignaban del todo a alimentarse de productos americanos; aún no había, sin embargo, molinos. La despoblación era evidente para quien llegaba a la región, ante todo por la decadencia de la agricultura indígena. Armendáriz comentó que todo el espacio entre Vélez y Santa Fe daba señales de haber sido cultivado: "Desde la ciudad de Vélez hasta ésta, que hay treinta y dos leguas, no se ven cuatro que no muestren claramente haber sido labranzas o de maíz o de turmas... o de frisoles, o algodonales, o hayales..."25.
Díaz de Armendáriz venía sobre todo con la tarea de pregonar y hacer cumplir las nuevas leyes sobre el trato a los indios, pero como se relata con mayor detalle en otra parte, debió dejarlas sin vigencia por la resistencia de los conquistadores. Y contra lo dicho en tales normas, se permitieron nuevas expediciones para sujetar a indios aún rebeldes o establecer nuevas ciudades. Así, Ortún Velasco, teniente de gobernador de Tunja, recibió en 1547 autorización para hacer una entrada a tierras de los chitareros; con base en su primera visita preparó un grupo de 60 hombres que en 1549 salió a poblar al norte de la provincia de los guanes, por donde se sabía que había minas de oro. Velasco fue seguido al poco tiempo por Orsúa, quien asumió el mando de toda la expedición. Los españoles atravesaron la zona de Málaga, ciudad española que entonces se decidió despoblar, llegaron hasta los valles del Pamplonita y el Zulia y en noviembre fundaron a |Pamplona, en un valle frío densamente poblado26; allí más de 110 conquistadores establecieron su residencia, como señores de una población indígena que se extendía desde el río Sogamoso hasta el Zulia. La ciudad, en la que comenzó a sembrarse trigo muy rápidamente, encontró su fortuna con el hallazgo, en 1551, de ricas minas de oro, en el páramo de Surata y en la parte alta del río de Oro.
Todavía los muzos, vecinos inmediatos de Santa Fe, se encontraban por fuera de la autoridad española. Armendáriz envió a Melchor de Valdés a que los sometiera, pero la entrada, que tuvo lugar en 1550, no logró nada duradero. El año siguiente Pedro de Orsúa hizo un nuevo intento y después de varios encuentros y batallas con los indios fundó una ciudad que recibió el nombre de |Tudela de |Navarra. Al poco tiempo, sin embargo, el hostigamiento de los indios obligó a los españoles a desamparar el sitio, cuya importancia sólo surgiría al descubrirse, años después, las minas de esmeralda que lo harían famoso. Al lado de los muzos, los indios colimas permanecían insumisos.
El otro lado del Magdalena fue explorado otra vez en 1548 por el tesorero real Pedro Briceño, quien recorrió la región de Sabandija y las vertientes del Ruiz en busca de yacimientos auríferos. El éxito lo favoreció y para 1549 se habían establecido varias explotaciones del oro de los ríos; según Briceño en los placeres de la región buscaban oro más de 150 esclavos negros. El país de Harvi, buscado por Robledo desde el otro lado de la cordillera, había revelado finalmente sus riquezas. En ese mismo año de 1548 salió Francisco Núñez de Pedroso con más de 100 hombres hacia la vertiente occidental del Magdalena; cruzó el río Guarinó y siguió por un territorio que llamaban de los Palenques por la presencia de empalizadas alrededor de las viviendas de los aborígenes, hasta dar, pasando el Samaná, la región de Punchiná y el río Nare, con el río Guatapé. Desde allí giró al occidente y por sobre la cordillera llegó al Valle de Aburrá, ya visitado por los hombres de Robledo, cuando ya estaba bien entrado el año de 1550. Allí tropezó con una expedición de cerca de 120 hombres encabezada por Hernando de Cepeda, quien había salido de Popayán tratando de sustraerse al juicio de residencia que iniciaba el visitador Francisco Briceño. Juntos recorrieron las altiplanicies vecinas y luego regresaron, unos a Cartago, otros a Arma y otros a Venadillos, donde existían las minas de oro explotadas por los españoles del Nuevo Reino. La expedición de Núñez Pedroso dio pie para la fundación, en 1552, de una población en el río Gualí, que fue denominada |Mariquita, y que controló las poblaciones de indios gualíes, guasquias y los llamados posteriormente "marquitones", todos los cuales fueron repartidos en encomienda después de debelar con la ejecución de unos cuantos indios un presunto levantamiento. Un poco antes Andrés López de Galarza fue despachado por la audiencia a la conquista del llamado Valle de las Lanzas. En 1550, tras recorrer con un poco menos de 100 soldados el valle del Combeima y de ascender por los ríos que bajan del nevado del Tolima, fundaron en octubre la ciudad de |Ibagué. Repartidos los indios y "pacificados" los pueblos vecinos en primera instancia, al poco tiempo una rebelión asedió la ciudad, que estuvo rodeada durante cuarenta días hasta que socorros de Santa Fe la liberaron y conquistaron una paz inestable con los vecinos. La ciudad se había establecido, después de cuatro meses, en una meseta (¿actual Cajamarca?) al pie de la cordillera, buscando una ubicación menos expuesta a los indios, con mejores tierras y que permitiera un paso fácil al otro lado de las sierras, hasta Cartago (situado, como ya se dijo, donde hoy está Pereira); este camino se juzgaba muy provechoso para la buena operación de las empresas mineras que comenzaban a brotar en el área vecina27.
Como ya se ha dicho, en 1547 se ordenó el establecimiento de una Audiencia Real en Santa Fe, organismo que se instaló en abril de 1550, con la llegada a su sede de los oidores Beltrán de Góngora y Juan López Galarza. Antes había llegado el oidor de la audiencia de Santo Domingo Alonso de Zorita, a quien la audiencia de la isla, ignorante de la decisión española de enviar tal tribunal al Nuevo Reino, había comisionado la residencia de Miguel Díaz de Armendáriz. Zorita fue recusado por Armendáriz y los demás funcionarios locales, sobre la base de que desde España se había ordenado a otro miembro de la Audiencia del Nuevo Reino, Gutiérrez de Mercado, el juicio de residencia a Armendáriz. Pero Mercado, quien venía como oidor presidente de la Audiencia, murió en la costa Atlántica; poco después Zorita decidió regresar a Santo Domingo sin haber podido avanzar mucho en su tarea. Quedaba el territorio colombiano bajo el mando de la Real Audiencia, compuesta por tres oidores: Góngora, Galarza y Francisco Briceño, quien se encontraba haciendo el juicio de residencia en Popayán. A esta autoridad quedaban sujetas las gobernaciones de Santa Marta, Cartagena (que no se había adicionado desde el comienzo, pero fue añadida pronto) y Popayán, así como el propio Nuevo Reino. El hecho de que la Audiencia estableciera un organismo judicial permanente en el territorio de la actual Colombia es significativo, pues implica la sujeción de los gobernadores y adelantados, usualmente surgidos del proceso de conquista, a un grupo de funcionarios entrenados como burócratas en las universidades españolas y con larga experiencia legal. Aunque los oidores no estuvieran ni mucho menos por encima del soborno y de una actitud de contemporización con la voluntad del grupo de encomenderos y conquistadores que dominaba las sociedades locales, el establecimiento de la Real Audiencia terminaba la identificación casi inmediata de la autoridad dentro de la sociedad colonial española con la voluntad de los jefes del grupo conquistador. A esta evolución correspondía una transformación paralela de los conquistadores mismos, algunos de ellos ya envejecidos o fatigados, en los que comenzaba a primar el deseo de gozar en forma menos agitada y arriesgada los beneficios ofrecidos por la encomienda. Aunque para los recién llegados todavía la perspectiva de una entrada a pacificar indios sería atrayente, y daría la gente requerida para completar el dominio sobre las áreas vecinas al Nuevo Reino todavía imperfectamente sujetas (los llanos, la región de los palenques al norte de Mariquita, la zona de las colimas y muzos, etc.), los encomenderos comenzaban a encontrar más atractivos los placeres de la vida urbana, con sus rituales políticos alrededor del cabildo, sus actividades económicas centradas en la explotación de una estancia y quizás de una mina de aluvión y con las complejas filigranas -precedencias, formas de trato, vestidos- que permitían a los conquistadores adquirir la conciencia de que su sueño de preeminencia social había resultado satisfecho.
Por esto, aunque en muchas zonas del país el proceso de la conquista siguiera un ritmo diferente y sea por lo tanto difícil de escoger una fecha como indicativa de una transformación básica en la nueva sociedad, puede acogerse la fecha tradicional de 1550 como punto final de esa época, momento de transición entre la sociedad de conquista, basada en el saqueo y la apropiación del botín, a la organización de la explotación del indio mediante el control de su trabajo dentro de la institución conocida como encomienda. La estabilización simultánea de la sociedad, la disminución del agitado ritmo de la época de conquista, la organización de sistemas más burocráticos de autoridad, representados en el establecimiento de la Real Audiencia, en la adopción de legislación protectora del indio, en la conformación de un aparato eclesiástico organizado, con obispos, monjes y todos los demás requisitos, son todos apenas aspectos concomitantes de la misma modificación, algunos de cuyos elementos se analizan con mayor cuidado en los capítulos siguientes.