LA CONQUISTA - LA CONQUISTA DE SANTA MARTA

1. Fundación de Santa Marta y gobierno de Rodrigo de Bastidas

Como ya se dijo, la zona comprendida entre el Cabo de la Vela y la desembocadura del Río Magdalena estuvo sujeta, a partir de 1500, al continuo desembarco de grupos de españoles que buscaban hacer un poco de comercio con las poblaciones indígenas y sobre todo obtener esclavos para llevar a las Islas del Caribe, donde la escasez de mano de obra se había convertido en un serio problema. Al hecho de que la región era considerada tierra abierta al tráfico esclavista aludió ya en el siglo XVI Pedro Aguado; esto se fundaba legalmente en varias Cédulas Reales que permitieron la captura de los indios, entre otras, para citar aquellas explícitamente referentes a Santa Marta, la del 3 de junio de 1511, que mencionaba la resistencia de los habitantes de esta parte a la evangelización, y las instrucciones dadas a Pedrarias Dávila el 2 de agosto de 1513, en las cuales la causa aducida era la antropofagia de los nativos2.

Este comercio de esclavos no era, sin embargo, siempre fácil. Los indios de Santa Marta dominaban el uso del arco y la flecha y utilizaban poderosos venenos, y tenían además el recurso de alejarse de la costa hacia las estribaciones de la Sierra Nevada o de ocultarse entre las zonas boscosas de la región. Así pues, durante las dos primeras décadas del siglo XVI la búsqueda de esclavos llevó a un estado de cuasi-guerra continua, en el que perecieron no pocos españoles y a consecuencia del cual debieron morir bastantes indígenas3.

La coyuntura de la tercera década del siglo, cuando las fabulosas riquezas de Méjico dieron nuevo ánimo al esfuerzo colonizador de España, resultó favorable al abandono de una política de simple saqueo de la región de la costa y a la búsqueda de un sistema de dominio permanente de la población aborigen. En 1524 se capituló con Rodrigo de Bastidas, antiguo comerciante de Sevilla, cincuentón que había vivido durante las dos últimas décadas como rico hacendado, comerciante y tratante de esclavos en Santo Domingo, la conquista de Santa Marta. El texto de la capitulación revela una creciente conciencia de la necesidad de una colonización ordenada y estable, que no se limitara al saqueo de los indígenas. Entre las obligaciones señaladas a Bastidas, quien recibió los títulos de gobernador, capitán general y adelantado de la provincia estaban la de transportar 50 vecinos, 15 de los cuales debían ir con sus cónyuges y llevar un número especificado de vacas, cerdos y yeguas de cría, lo que implicaba la idea de establecer un núcleo colonizador formado por españoles decididos a permanecer como residentes del Nuevo Mundo. Los colonos, sujetos al pago de un décimo de lo obtenido a la Corona, podían contratar y comerciar con los indios, pescar perlas, cortar palo brasil y explotar los yacimientos auríferos que encontraran. En cuanto al trato de la población indígena, se repetía la norma habitual de que debían ser considerados vasallos libres de la Corona y había que enseñarles la religión cristiana. En caso de que no permitiesen el comercio y la instalación de los cristianos en sus tierras, o estorbasen la prédica religiosa, podían ser esclavizados, así como si se trataba de indios cuya captura hubiera sido autorizada anteriormente. En la práctica estas normas dejaban al arbitrio del gobernador o de los colonos la determinación de la conducta a seguir con los indios, pues la legislación vigente podía interpretarse en forma que todos los indios de la región fueran considerados esclavizables4.

Bastidas, después de largos preparativos que lo dejaron muy endeudado con los mercaderes de Santo Domingo, envió 80 hombres adelante y a los pocos días, en junio de 1526 (y no en 1525, como usualmente se dice) desembarcó con unos 200 hombres más5. Para pagar a sus acreedores, según algunos testimonios contemporáneos, envió a uno de sus capitanes a capturar esclavos hacia la costa panameña; los españoles arrasaron y quemaron el pueblo del cacique Carex, en la isla de Codego -actual Cartagena- y se apoderaron de buen número de indios6. Bastidas procedió a fundar, de acuerdo con las formalidades tradicionales, la ciudad de Santa Marta, en el mismo mes de junio, y ejerció la gobernación aproximadamente durante un año. La mayoría de los cronistas estaban de acuerdo en que trató de evitar la rapiña de la población indígena, su esclavización y agotamiento bajo la presión de los españoles. Castellanos afirma que:

para fundar pueblo, la montaña
talaban españoles con sus manos,
de que se acusó no pequeña saña...

Fue no querer mandar los naturales
y fatigar la gente de quilates,
origen y principio de sus males...

Según los que más saben de este cuento
fue principio y origen de sus males
no consentir hacer mal tratamiento
ni robos en aquellos naturales... 7.

Hasta Las Casas, usualmente difícil de complacer, tenía una buena impresión de Bastidas en este respecto8. En todo caso, parece que la actitud del gobernador, que llegaba al extremo de hacer trabajar a los españoles, lo llevó a un enfrentamiento con sus capitanes y soldados, que venían dispuestos a buscar una rápida riqueza y pese a lo que pudiera esperar la autoridad española, poco se preocupaban por lo que fuera a ocurrir después, ya que contaban con un regreso rápido a España. Bastidas, mucho más experto que los recién llegados, había sido testigo de la disminución vertiginosa de la población indígena antillana y podía advertir que para garantizar una explotación continua y a largo plazo de los indios locales, e incluso para asegurar la mera supervivencia de la colonia, era preferible evitar el choque violento con nativos con merecida fama de belicosos. Fuera de esto, parece que sus obligaciones con los comerciantes de Santo Domingo tuvieron que ver con sus problemas, pues la acusación repetida con mayor insistencia por sus hombres fue la de no haber repartido el oro obtenido de los indios en la primera "entrada" realizada después de la fundación, y Pedro Simón señala que Bastidas retuvo el oro para pagar los gastos de la expedición9.

Esta primera entrada, la única que hizo Bastidas, fue efectuada a los pueblos existentes entre la costa y la Sierra Nevada, entre Santa Marta y Bondigua, y reportó, según Aguado, 18.000 pesos que recibió el gobernador de parte de los indios10. En todo caso Bastidas parece haberse destacado por su urgencia para obtener fondos, pues fue acusado de apropiarse de bienes de difuntos, de vender las provisiones a los españoles a precios elevados y de usar pesas fraudulentas. Todo esto apunta a conflictos propios de la forma que adoptaba el grupo conquistador o "hueste": se trataba fundamentalmente de una especie de "compañía" ( |compaña, en el lenguaje de la época), de la que hacían parte todos los soldados, de acuerdo con su aporte. El botín que se obtuviera estaba destinado por tanto a ser distribuido en partes entre los miembros de la expedición, y los soldados rasos insistían lógicamente en que la mayor parte posible del oro fuera repartido sin inútiles demoras. El capitán general estaba, sin embargo, en una posición peculiar: usualmente había financiado la expedición, la compra de buques, caballos, armamentos y provisiones, apelando al crédito de financistas y comerciantes; a su vez anticipaba a los soldados sin medios su parte y su mantenimiento. De este modo quedaba endeudado con sus proveedores, y estaba interesado en pagar
-lo que implicaba dejar sin repartir parte importante del botín- para mantener su crédito y garantizar el flujo de provisiones. Al mismo tiempo era acreedor de muchos de sus hombres, por sumas muchas veces arbitrarias y que reflejaban una elevadísima prima, y por eso trataba de descontar de las cuotas correspondientes a los soldados el valor de lo que éstos debieran a la compañía. El hecho de que las provisiones llegaran usualmente, y sobre todo en las etapas iniciales de una conquista, a través del jefe de la expedición, daba a éste oportunidad de fijar precios elevados, anticipar los mantenimientos en condiciones leoninas y especular, por cuenta propia o de los comerciantes que lo respaldaban, con las situaciones habituales de escasez que se presentaban en las colonias.

Volviendo al caso específico de Santa Marta, parece que durante el corto mandato de Bastidas las relaciones entre españoles e indios fueron más o menos pacíficas; es probable que los nativos, amedrentados por el poder español, estuvieron dispuestos a comprar cierta tranquilidad mediante el pago ocasional de oro y el aporte de provisiones -maíz, sobre todo- a los invasores, mientras éstos mantuvieran sus exigencias limitadas. Pero el descontento de los españoles con el gobernador no cesó de aumentar y hacia mayo de 1527 éste fue víctima de un atentado que lo obligó a abandonar la tierra firme, gravemente herido, en los primeros días del mes siguiente, para morir al poco tiempo en Cuba, sin haber logrado llegar a Santo Domingo, hacia donde se dirigía.

Al mando de unos 220 hombres quedó en Santa Marta el teniente de gobernador nombrado por Bastidas, Rodrigo Alvarez Palomino; por el entusiasmo con el que sus soldados pidieron que fuera confirmado como gobernador puede suponerse que les permitió lanzarse al saqueo inmediato de las poblaciones indígenas y a su rápida sujeción; según los relatos de los cronistas logró "pacificar" los pueblos más cercanos sin excesivas violencias (Gaira, Dorsino, Concha, Cinta, Gairaca y otros) pero dejó arrasar otros más distantes (Guachaca, Bondigua, etc.). El oro comenzó a llegar en gran cantidad -Palomino anotó que habría podido robar, de haberlo deseado, 200 mil pesos-11, así como esclavos capturadas en los pueblos de la región, con lo cual se pagaban las compras que debían hacerse en las islas. Con las palabras de Castellanos:

Todo el oro ya traen a rodo
y muy crecido número de esclavos
que llevan a las islas los navíos
para traer comidas y atavíos12.

La prosperidad temporal, apoyada en el saqueo a los indios, tenía efectos inmediatos incluso en la vida social: las primeras mujeres españolas llevaron al poblado, hasta entonces exclusivamente masculino13.

En Santo Domingo, donde se habían enterado de la muerte de Bastidas, la Audiencia nombró a Pedro Vadillo como gobernador interino, y éste llegó a la isla en febrero de 1528. Tras un choque inicial, que estuvo a punto de enfrentar con las armas los 180 hombres que traía el nuevo gobernador con los 200 que residían en Santa Marta, Vadillo y Palomino, después de una mediación de los sacerdotes de ambos grupos, acordaron gobernar conjuntamente y continuaron el saqueo de los indígenas, el cual incluyó esclavizaciones en masa; los indios respondían con mayor y mayor vigor a las exacciones de los invasores. A fines de año ambos conquistadores emprendieron una marcha hacia la región de La Ramada (cerca a las bocas del Río de la Hacha), al comienzo de la cual murió ahogado Palomino, que había añadido al saqueo del oro lucrativos negocios: los mercaderes de Santo Domingo le enviaban mercancías y provisiones que revendía por su cuenta para abastecer la población local. Vadillo continuó la expedición, recorrió la costa "robando y asolando La Ramada"14 y luego entró al Valle del Cesar con 350 soldados. Al regresar, con más de 600 esclavos y oro15, fue apresado por el nuevo gobernador titular, García de Lerma, quien lo envió a Santo Domingo acusado, ante la Real Audiencia, de crueldades con los indios y de haber ocultado el botín obtenido en las entradas para evitar el pago de los impuestos reales.

 

2. El gobierno de García de Lerma y la búsqueda de una ruta al Perú.

García de Lerma, el nuevo gobernador nombrado por España a mediados de 1528 era, según parece, hombre de pocas habilidades militares y con antecedentes más bien de comerciante y banquero16. En febrero de 1529 llegó a Santa Marta con una expedición numerosa (400 hombres dice Aguado y es lo más probable; Castellanos habla de 800)17, que había incluido carpinteros, albañiles, herreros, médico y cirujano, los últimos de los cuales se quedaron sin embargo en Santo Domingo. Los recién llegados venían llenos de esperanzas, que comenzaron a desvanecerse ante la vista de la miserable población -30 chozas de paja- que encontraron y que contrastaba con el boato de los hombres de García de Lerma.

El nuevo gobernador no tardó en comenzar la ronda habitual de las poblaciones vecinas en busca del siempre anhelado botín: en abril -cuando ya el hambre, que no era nueva en Santa Marta, apretaba la crecida población española y no pocos habían enfermado- unos 300 hombres se dirigieron a las poblaciones del occidente y norte de la Sierra Nevada (Guachaca, Buriticá, etc.)
-"tierra tan poblada de indios que no puede ser más y toda labrada de conucos y maizales"- y retornaron por el valle de Coto después de esfuerzos algo productivos por obtener oro de los indios -trajeron $ 22.000- y de haber quemado, en represalias, "30.000 fanegadas de maíz". Ni siquiera el descubrimiento, en marzo, de sepulturas con oro cerca a la ciudad sacó a la población de una situación de pobreza que desesperaba a la soldadesca peninsular18. Un grupo tan numeroso, es obvio, sólo podía sostenerse mediante el aprovisionamiento masivo por parte de los indios, muy difícil en situación de guerra, o mediante provisiones venidas de Santo Domingo, por las cuales había que pagar con oro entregado por las buenas o las malas por los indios.

Fracasado este primer intento, hizo García de Lerma una nueva entrada con 230 hombres hacia septiembre de 1529, al pueblo de Pocigüeyca, entre la Sierra y la Ciénaga, al sur de Santa Marta19.

Esta era una de las zonas más pobladas y las condiciones topográficas, con pueblos colocados en partes relativamente elevadas de las estribaciones de la Sierra, con limitado acceso por escaleras de piedra, hacían muy ventajosa la posición defensiva de los indios. Un grupo español, encabezado por Fray Tomás Ortiz, había ido a la región y dado el informe de que los indios estaban en paz. Lerma, confiado, sufrió una gran derrota y muchos españoles murieran -según Ortiz más de 30- y el mismo gobernador retornó herido a Santa Marta, "en peligro de muerte", furioso con Ortiz y acobardado hasta el punto de que dejó de salir durante dos años personalmente a tan difíciles expediciones20. En venganza, Pedro de Lerma, sobrino del gobernador, dirigió un grupo que quemó el pueblo de indios ("Pueblo Grande" fue dominado por los españoles, y los cronistas dicen que tenía unas 10.000 viviendas) después de enfrentarse, según las cifras de la época, a 20.000 guerreros. Los españoles, para entonces, parecen haberse reducido a cerca de 200, o sea, a menos de la mitad de los que había un año antes21.

Estas entradas iniciales mostraban ya bien lo que iban a ser las relaciones entre indios y españoles durante la gobernación de García de Lerma, quien al poco tiempo de llegar estableció la institución fundamental de dominación del indígena durante estos años, al repartir los pueblos más o menos sometidos a los españoles en |encomiendas, con lo cual los conquistadores principales que las recibían adquirían el derecho a solicitar y obtener oro y servicios de los indios. Estos soportaron con dificultad las obligaciones impuestas, que siempre trataban de extender los beneficiario al máximo posible con lo cual las rebeliones y ataques de los indios se hicieron más y más frecuentes. La población de la zona de Santa Marta resultó de una audacia y de una firmeza inesperada en su resistencia y defensa de los invasores europeos. Su tecnología militar incluía el uso de arcos y flechas envenenadas, el entierro de púas con veneno en los caminos y la hechura de trampas de diversas clases. Fuera de esto aprovechaban las estrechuras de los caminos de la sierra para emboscar a los españoles y arrojarles desde las alturas grandes pedruzcos; de este modo lograron resistir a los blancos durante un período mucho más largo que otras tribus del territorio colombiano.

Los españoles, por su parte, exasperados ante tantas dificultades, en un ambiente en que al continuo enfrentamiento militar con los indios se añadía a la ausencia de alimentos y a las frecuentes epidemias, agudizadas justamente por las deficiencias en la comida, adoptaron tácticas guerreras como la ya mencionada de quemar plantaciones de maíz y yuca de los grupos indígenas más belicosos. En los años siguientes a la primera expedición de García de Lerma, en la que se usó ya este sistema, fue ésta la práctica más frecuente: como era imposible someter a los indios militarmente, se apeló al incendio de sus habitaciones, a la quema y tala de sus sembrados, lo que a veces se hacía descuidadamente hasta a los indios que estaban "de paz". Aunque algunos grupos pudieron ser amedrentados, el efecto más general fue el de acelerar la drástica disminución de la población indígena y el retiro de los sobrevivientes a zonas más alejadas de la acción española, entre los bosques o las estribaciones de la Sierra.

Por supuesto, la supervivencia del enclave español dependía del resultado de las expediciones de saqueo emprendidas con cierta regularidad, pues los escasos indios sometidos en los alrededores de Santa Marta apenas podían ofrecer un apoyo ocasional para la alimentación española; la mayor parte de los consumos locales eran importados por comerciantes de Santo Domingo o incluso de España, a los que sólo podía pagarse si las entradas tenían buen éxito. Además, muchos de los españoles debían buenas sumas a los comerciantes ("codiciosos mercaderes, que con la esperanza de rancheos, les habían fiado sus empleos"22, dice Castellanos); el pago puntual era necesario para que éstos mantuvieran sus relaciones con Santa Marta. Todo esto hacía imperativa la realización ininterrumpida de entradas, las que tuvieron el resultado adicional de ampliar la información
española acerca de la geografía local y de las poblaciones indígenas vecinas.

Dos áreas, fuera de la zona inmediata a Santa Marta y la Sierra Nevada, fueron objeto del interés español: la región del Cesar y la del Magdalena. En 1530, hacia julio, Francisco de Arbolancha visitó la región de La Ramada, a la que había ido ya Vadillo. Luego Pedro de Lerma, que en la primera mitad de 1530 había hecho una entrada al norte de la Sierra Nevada, de la que trajo, después de rescatar herramientas, peines, cuchillos, tijeras y sombreros por oro, unos $90.000, salió en febrero de 1531, acompañado por Fray Tomás Ortiz en dirección al Río Magdalena23. Ortiz había venido con el cargo de Protector de los Indios, oficio creado por la Corona con el objeto de limitar en alguna medida las expoliaciones realizadas por los conquistadores y proteger por tanto a los nativos. Al comienzo Fray Tomás se mostró celoso de sus obligaciones y redactó, en 1529, unas ordenanzas para el buen tratamiento de los indios en las que limitaba su explotación al pago de tributos fijados por el gobernador y a la realización de tareas y trabajos establecidos por las autoridades y trataba de excluir a los indios encomendados, a los que por tanto se suponía ya pacificados, del peligro de ser hechos esclavos. Es muy posible que estos esfuerzos, que seguían la línea oficial de la Corona, lo llevaran a un conflicto con García de Lerma, que lo trató de "puto, hereje y ladrón"24. En todo caso, Lerma y Ortiz entraron a la región habitada por los Chimilas y luego a una provincia denominada de los Caribes

no porque allí comiesen carne humana
más porque defendían bien su casa

y situada entre la Sierra Nevada y el Magdalena. Finalmente, fueron a este río, perdieron nueve hombres y en el curso de la expedición Ortiz, que antes había hablado de los indios de la región como muy pacíficos, cambió en forma radical su opinión y ofrecía a gritos su absolución a quien diera muerte a los indios que una y otra vez los atacaron. Durante la misma época hizo las paces con el gobernador. Así, el Protector de Indios, que había ya recibido dos encomiendas para que cobrara sus tributos y fue acusado de pedir oro en forma engañosa a los indios, se hizo al ambiente local26.

A esta entrada siguió en mayo (1531) un nuevo viaje a La Ramada, continuado en junio por Pedro de Lerma en dirección al Valle de Upar, el río Cesar -hasta la ciénaga de Zapatoca- y el río Magdalena. Antonio Lebrija continuó con un grupo de soldados hasta el río que recibió su nombre, y esta exploración tuvo la especial importancia de que se tuvieran referencias abundantes de poblaciones ricas y numerosas que vivían en las sierras del margen derecho del Magdalena -noticias de los chibchas-. El entusiasmo fue acrecentado por algo de oro que se pudo obtener en estas regiones27.

Al poco tiempo de Lerma, recorrió gran parte de la misma región una expedición proveniente de Venezuela y al mando de Ambrosio Alfinger. Este era entonces gobernador de Venezuela, entregada a la casa comercial de los Welser para su colonización. Había salido de Maracaibo en septiembre de 1531 con unos 170 hombres, cruzó la serranía de Perijá y entró al Valle de Upar, y bajó por el Cesar hasta la laguna de Zapatoca (indios Quiriguanas). Para enero de 1532 pudo despachar más de $20.000 de botín a Venezuela, que se perdieron junto con el grupo de soldados enviados a solicitar auxilios adicionales; sólo uno sobrevivió y se acomodó a vivir entre un grupo indígena. Alfinger, que había llegado a tierras de los Pacabuyes y luego de los Sondaguas, trató de ir hasta Simití, a donde lo traía la fama del oro que allí debía haber. Las dificultades del terreno, muy pantanoso y el hambre, que según Simón calmaron "matando a los pocos indios y indias que les avía quedado de servicio y írselos comiendo cada día el suyo"28, hicieron que fracasara el plan, pese a la llegada en agosto de un nuevo grupo de soldados enviados de Coro y Maracaibo bajo la dirección de Esteban Martín; decepcionado, el conquistador decidió retornar a Venezuela y trató de encontrar un paso por tierras de los Pemeos, hacia el oriente (Río Lebrija, probablemente); ascendió la cordillera, volvió hacia el sur hasta llegar probablemente a la Mesa de Jerira, en territorio de los guanes. Después atravesó otra vez los páramos de la cordillera, llegó a zona de los chitareros y en el Valle de Chinácota, según parece, murió víctima de las flechas indígenas. El resto de los hombres llegaron a Venezuela y mantuvieron dentro de esa gobernación vivo el interés por los pueblos de Jerira, o sea, por el grupo cultural chibcha y de sus vecinos inmediatos29.

La búsqueda de una ruta al sur continuó en Santa Marta: en marzo de 1532 un portugués (y la presencia de lusitanos resulta muy frecuente en esta época), Jerónimo de Melo, logró penetrar con dos (¿o tres?) navíos la desembocadura del Magdalena y remontó su curso por unos 150 km., comerciando con los pueblos indígenas. Un año después, en la primera mitad de 1533, una nueva expedición recorrió el Valle del Cesar, entró en el pueblo de Tamalameque y se quejó de la destrucción casi completa de la población indígena de la zona, víctima, según decían, de los malos tratos de la expedición venezolana de Alfinger. Estos, por su parte, habían informado después de su paso por la región que los conquistadores de Santa Marta -es decir Vadillo y Pedro de Lerma- habían acabado con los indios locales con sus crueldades, y exacciones30.

Todas estas entradas resultaban bastante costosas en términos de la población de Santa Marta, que tenía que mantenerse a base de nuevos contingentes desembarcados periódicamente: en 1533 la Corona financió el viaje de 200 hombres, a cuenta de García de Lerma. Sin embargo, para comienzos de 1534 no parece que hubiera quedado siquiera ese número en la ciudad. Fuera de los muertos en encuentros con los indios o víctimas de un medio difícil, la pobreza de los conquistadores y el embrujo de la riqueza peruana habían hecho desertar a muchos de la región; a nado se lanzaban a la bahía para tratar de embarcarse en los pocos navíos que se acercaban a Santa Marta. Cuando, a fines de 1533, Lerma organizó una nueva expedición, que confiaba en llegar al Perú, por el Magdalena, dividida en dos grupos, uno por el río y otro por tierra, en el que iban Juan de Céspedes y Juan de San Martín, dos de los más conspicuos conquistadores de Santa Marta y después del Nuevo Reino de Granada, apenas pudieron salir unos 290 hombres, que eran casi todo lo que quedaba en la ciudad. Según Castellanos fueron por tierra de los Chimilas, luego por el río Ariguaní hasta el Cesar y por este río al Magdalena. Reunidos con los que había remontado el río -y que perdieron un bergantín y mucha gente- cruzaron el Magdalena y recorrieron los cenagosos pasajes entre éste y el Cauca. Luego fueron a La Ramada por el Cesar y en abril de 1535 volvieron a Santa Marta, después de 18 meses de buscar sin mucho resultado riquezas y poblaciones indígenas, pero habiendo reconocido la ruta que seguiría luego Gonzalo Jiménez de Quesada31.

Santa Marta había sido presa, durante estos años, de una compleja situación. La resistencia indígena había reducido al mínimo los resultados económicos de las entradas, fuera de los primeros años en los que fue posible apropiarse del oro acumulado por los indios en centurias. Ya se ha dicho que los españoles dependían para su subsistencia del saqueo a los indios, especialmente del oro, sobre todo desde el momento en que éstos, en guerra o con sus sementeras destruidas, resultaron incapaces o se negaron a dar alimentos a los españoles. Por esto los conquistadores dependían de los aprovisionamientos llegados de fuera, y es evidente que durante esta época pocos esfuerzos se hicieron para organizar cultivos y crías, pese a las órdenes repetidas de las autoridades españolas. La población, en este caso, insuficientemente provista y a veces al borde de la inanición, se convertía casi en un mercado cautivo para los comerciantes de Santo Domingo, que podían, dada su situación de monopolio, imponer un nivel de precios muy elevado. Si a esto se suma la ausencia de moneda acuñada y el pago de casi todo en oro de muy diferentes valores-lo que se trató de evitar ordenando marcarlo en las fundiciones, para que se supiera de cuántos quilates era (1534)32- se entiende que los precios llegaran a veces a ser seis veces los que regían en Santo Domingo, que ya eran altos en comparación con España33. En una carta del obispo de Santo Domingo se hacía un buen resumen de la situación de Santa Marta, al deplorar "la mala orden que se ha tenido y tiene en poblar, porque no se entiende sino en hacer una entrada con la más gente que se puede para robar el oro y lo que los indios tienen. Y vueltos a la ciudad comen de lo robado en ella, y cuando se les ha acabado, júntanse y van a otra parte para hacer otra entrada y traen el más oro que pueden y gástanlo como es ganado. Y así se mantienen y han mantenido los que allí están, sin hacer ni labrar una tapia, ni entender de granjería ninguna... Y como los indios ven que no se entiende sino en los robar, álzanse y está la tierra de guerra..."34.

O como decía Castellanos:

Y en juegos, en amores, compra y venta
el despojo robado consumido,
como no poseyesen otra renta
sino la que cogían del vencido...35.

En estas condiciones, por grande que fuera la expoliación de las tribus regionales, los conquistadores se encontraban siempre mal, pobres y descontentos, trabajando por conseguir un oro que entregaban a comerciantes y mercaderes y a sus agentes -que con frecuencia lo fueron los mismos gobernadores- y esperando la próxima entrada, la que pudiera conducirlos a un pueblo cuya riqueza, como la de Méjico o el Perú, satisficiera sus sueños, para volver a España cargados con el oro de las Indias.

Precisamente de situación tan crítica se alimentaba el interés por el interior: se había oído hablar de pueblos vestidos de algodón, ricos y numerosos; se tenían evidencias de que las esmeraldas y buena parte del oro de los indios de Santa Marta venían de intercambios con el interior. Además, en las confusas ideas geográficas de la época, el fabuloso Perú podía encontrarse al alcance de la mano: hallar un camino al Perú por tierra era una de las grandes esperanzas de los conquistadores que se mantenían tenazmente en Santa Marta. Palomino, en 1528, creía posible llegar al Mar del Sur por el Magdalena, y García de Lerma había cifrado grandes esperanzas en las expediciones al Magdalena, en las que veía la salvación para su agobiada gobernación; calculó en unas 1.500 leguas la distancia al Perú por esa vía36. Sin embargo, no pudo ver el fruto de sus esfuerzos, pues murió en febrero de 1535 (y no en 1529 o 1530, como se ha dicho en varios libros), a los pocos días de la llegada de un visitador, Rodrigo Infante, enviado desde Santo Domingo para hacer el juicio de residencia al gobernador, que había sido ya condenado por la Audiencia de La Española por haberse apropiado de cerca de 30.000 pesos oro de la Corona.

Infante, como lo hacían usualmente los visitadores y jueces de residencia en esta época, ejerció la gobernación, que ya no tenía mucho atractivo como fuente de oro: el nuevo gobernador encontró más sugestivo el comercio de esclavos y durante los pocos meses que estuvo en Santa Marta logró organizar una expedición dirigida por el portugués Antonio Dias Cardoso a la región entre Santa Marta y el Magdalena, de la que se trajo "crecida copia de esclavos", tomados en las provincias denominadas de las Argullas o Argollas, los Caribes y los Chimilas, donde según un informe de la expedición eran las indias muy hermosas; muchas fueron capturadas37. Infante envió otro grupo a La Ramada, donde tropezaron con gentes comisionadas por Nicolás de Federmán, nuevo gobernador de Venezuela. Los hombres de Federmán, dirigidos por Antonio de Chávez, a quienes se les impidió una nueva entrada al Valle del Cesar, trataron de establecer en agosto de 1536 una población, Nuestra Señora de las Nieves, cerca a las bocas del Río Hacha, la cual no prosperó. Infante, desde Santa Marta, envió cuantos esclavos pudo a Santo Domingo, trató de establecer algunas labranzas, probablemente mediante el trabajo de indios o esclavos negros y antes de terminar el año, hacia noviembre de 1535, abandonó la población, que otra vez había llegado casi al borde de la extinción: no había en ella más de 50 soldados en el momento de su llegada, a los que se añadieron los 100 que él hizo venir38.

Juan de Céspedes ejerció el mando de la moribunda ciudad hasta la llegada de un nuevo mandatario nombrado por España, Pedro Fernández de Lugo39. Mientras tanto las gentes de Federmán, más de 300 hombres incluyendo un buen grupo de soldados de Santa Marta que se les había unido, recorrían La Guajira, donde no pudieron superar las hostilidades de los indios y la esterilidad y sequedad de la región.

 

3. Los Lugo

Fernández de Lugo era un militar de larga experiencia, y había sido gobernador de las Canarias. Al solicitar la gobernación de Santa Marta sus pretensiones fueron elevadas: pidió el título de gobernador hereditario, con poderes de virrey, el derecho a repartir tierras, aguas, indios, etc., en el territorio de su jurisdicción, así como un señorío "con jurisdicción civil y criminal, alto y bajo, mero, mixto imperio, como los tienen los grandes de Castilla", sobre un territorio de 400 leguas cuadradas, ambiciones de corte feudal que la Corona no podía aceptar -cuando en la misma España trataba de disminuir el poder de señoríos similares- y que revelan una apreciación muy optimista de las posibilidades de Santa Marta40. En todo caso, Lugo logró la gobernación por dos vidas, con los poderes usuales, el permiso de pasar 100 esclavos negros (un tercio de los cuales debían ser mujeres), etc. Pero en cuanto a la explotación de los indios se añadió a la capitulación un conjunto de regulaciones, establecidas como normas generales para las Indias desde noviembre de 1526, que hacían ciertas conductas contra los indios, si no menos factibles, al menos más ilegales: la esclavización se permitía en los casos de oposición armada a la predicación cristiana y a la extracción de oro de las minas, mientras que la sodomía y la antropofagia eran bases apenas para encomendar a los indios; prohibía además la Corona el trabajo gratuito de indios en minas y granjerías, y ordenaba que sólo fueran empleados en forma voluntaria y mediante el pago de sumas razonables. Por el momento, como es fácil suponerlo, tales normas no tenían mayor eficacia, y ni siquiera la prohibición de esclavizar mujeres y niños menores de 14 años era aceptable para los conquistadores, que alegaban que no pudiendo esclavizar a todos perderían interés en las entradas41.

Fernández de Lugo llegó en enero de 1536 con una flota que reflejaba sus grandes esperanzas: 1.200 hombres muy bien equipados, muchos con experiencia militar en las guerras europeas, desembarcaron en la pobre aldea costanera, donde se repitió la escena del desembarco de los hombres de García de Lerma: Los antiguos residentes, baquianos, pero pobres y enjutos, miraban con ironía el boato de los chapetones y se burlaban de ellos, mientras los recién llegados se sorprendían con la pobreza que veían: algunas mujeres, en la versión seguramente novelada de Castellanos, apostrofaban así a los viejos conquistadores:

"¿Cómo podéis vivir desta manera
en chozuelas cubiertas con helecho,
una pobre hamaca vuestro lecho,
una india bestial por compañera?"42.

Las ilusiones del anciano gobernador tampoco duraron mucho: poco después de llegar fue a Bonda y Gaira, con casi todos sus hombres, a pedir oro a los caciques, que se negaron a darlo. En una batalla en la que la habilidad; de algunos viejos conquistadores salvó a los españoles, muchos de los cuales trataban de usar las tácticas europeas contra los indios, de un desastre mayor, murieron 30 hombres y se obtuvo apenas un escaso botín43. Fernández de Lugo, endeudado y acosado por sus acreedores y financistas, como casi todos los conquistadores, envió a su hijo, Alonso Luis de Lugo a una expedición por el territorio de Tairona, famoso por sus riquezas; antes había hecho quemar los pueblos de Bonda, Coto y Valle Hermoso por negarse a dar oro a los españoles. La expedición de Alonso Luis de Lugo tropezó con una resistencia firme y después de ir hasta el Cabo de la Vela regresó en marzo de 1536 a Santa Marta, disminuida en cerca de 250 hombres por las flechas, el hambre y una epidemia de disentería.

Se dice que el oro recogido por el capitán subió a más de 60.000 pesos, pero que prefirió ocultarlo y huir a escondidas a España, dejando a su padre sin recursos44. Estos no podían ser necesarios: el estado de guerra de las poblaciones vecinas hizo suspender el pago de tributos alimenticios y la falta de oro impedía comprarlos a los comerciantes. Así describe Aguado la situación: "como el principal sustento era maíz, el cual no había, por respeto de estar los naturales rebeldes, no hallaban con dineros ni sin ellos qué comer, y sobre el hambre les daban muy recias calenturas, de suerte que en breve tiempo los despachaba, y acaecía por abreviar con los oficios, echar quince o veinte hombres en un hoyo..."45.

En estas circunstancias sólo una expedición muy exitosa podría salvar la colonia y Lugo organizó con bastante rapidez, lo que muestra la importancia que se daba a esta acción la que había de partir por el Magdalena al mando de Gonzalo Jiménez de Quesada en busca de los pueblos chibchas: no había transcurrido un mes del regreso de Alonso Luis de Lugo cuando estaban listos para partir unos 800 hombres, una alta proporción de la población de Santa Marta. El grupo salió el 5 de abril de 1536 y dejó a Lugo -con un reducido número de pobladores españoles. A éstos se sumaron pronto los pocos sobrevivientes, unos 70, de la parte de la expedición de Quesada que, al mando de Diego Gutiérrez Gallego, regresó a Santa Marta a finales del año46. Luego, viejo y enfermo -¿y herido por los indios?-, había muerto el 15 de octubre de 1536, sin informe sobre el resultado de los esfuerzos de Jiménez de Quesada en su ambiciosa marcha al sur.

A Lugo lo sucedió, como teniente de gobernador, Antón Besos, quien hasta mayo de 1537 se esfuerzó por mantener sujetas las poblaciones vecinas, con un éxito militar que se consideró entonces notable y fue atribuido, sobre todo al capitán Luis Manjarrés; éste fue a los pueblos del norte de la Sierra Nevada (Concha, Gaira y Dorsino) y a Pocigueyca y Carbón, al occidente de ésta, sin sufrir graves pérdidas. Entre tanto la Audiencia de Santo Domingo encargó la gobernación a Jerónimo Lebrón, quien llegó a Santa Marta el 4 de mayo de 1537 y encontró una ciudad que vivía apenas del maíz que enviaban algunos pueblos indígenas comarcanos, excepciones a la común hostilidad de los indios locales47.

Lebrón consideró que la única salida era sujetar a los indios mediante una drástica política de arrasamiento y esclavización, que debía incluir no sólo los adultos, que escapaban fácilmente, sino mujeres y niños. Esto estaba de acuerdo con la práctica local, y la provisión real que lo prohibía no había sido obedecida en Santa Marta, pues se había "suplicado" de ella. Al poco tiempo Lebrón daba cuenta de los resultados de sus acciones y de lo que pensaba hacer: los indios seguían alzados; "háseles hecho algún dañó en les talar ciertos conucos y maizales, que son su mantenimiento, hanse salteado algunos indios de la sierra, y pienso salir de aquí a 20 días a les talar ciertas labranzas que tienen en los Llanos, para ver si por este camino los podrá traer a la paz"48. No es de extrañar que estas tácticas no hubieran dado mucho resultado. Hacia mayo de 1539 había unas 180 personas españolas en Santa Marta y, señal de que los mercaderes no las consideraban una plaza muy buena, hacia nueve meses que no llegaba barco de España. El obispo Juan Fernández de Angulo, que había llegado en la segunda mitad de 1538, recomendaba para mejorar la situación hacer nuevos pueblos en La Ramada, Bonda y Pocigüeyca, anotando que los españoles "de lo que se sustentan en Santa Marta, que es de saltear a los indios de guerra, se pueden sustentar allí, pues los tienen más a la mano"49.

No todo era, sin embargo, simple y llana actividad militar. Algunos pueblos estaban de paz en las cercanías de la ciudad: seis por el lado de Bonda y cuatro por el de Gaira. Además el pueblo de la Ciénaga estaba tranquilo y podía pagar, según el obispo, buenos tributos; pedía que se lo adjudicaran a la iglesia. Y, en las sabanas vecinas, cada vez más despobladas de indios, comenzaban a formarse explotaciones ganaderas, haciendas, en las que algunos colonos tenían 50, 100 o 200 vacas y 1.000 o 1.500 ovejas cada uno. Pero los mantenimientos seguían caros: el visitador Francisco Alanís de Paz, quien estuvo tres meses en Santa Marta a comienzos de 1539, aprovechó su autoridad para especular con el maíz que le traían los indios, vendiéndolo a elevados precios lo único barato entonces, en una economía de altos precios, eran los indios: el precio en estos años de un indio era de unos 10 pesos50.

Otro indicio de que la economía local, basada hasta entonces en la esclavización de los indios y el saqueo de sus propiedades, comenzaba a cambiar para basarse en la explotación directa de la naturaleza, mediante el uso permanentes de la fuerza de trabajo indígena y a veces negra lo da la solicitud del obispo, en 1539, de que se repartan tierras para labranzas en Gaira. Esta petición fue acogida, pues se ordenó la distribución respectiva en junio de 1540 "sin perjuicio de las heredades y labranzas de los indios"51. En realidad no debía ser necesario apoderarse de tierras que los indígenas requirieran para sus propios cultivos, pues la gran disminución de la población iba dejando extensos territorios sin uso, proceso al cual se añadía el del retiro de las poblaciones de las zonas bajas a las estribaciones más altas de la Sierra. El obispo indicó, por ejemplo, que los indios de Gaira apenas utilizaban un décimo de la tierra de que disponían, como justificación para que se repartiera el resto a los españoles52.

 

4. Santa María de los Remedios y la pesca de perlas

 

 

Si Santa Marta había tratado de subsistir con base en las densas poblaciones indígenas de los alrededores, ricas y avanzadas, la otra ciudad establecida en la gobernación centró su actividad en la extracción de perlas. A fines de 1538 o comienzos de 1539 gentes de la gobernación de Venezuela, encabezadas por Rodrigo de Cabraleón y Juan de la Barrera fundaron en el Cabo de la Vela a | Santa María de los Remedios, cerca a donde había estado la población ya mencionada y abandonada de Nuestra Señora de las Nieves. Allí, un puñado de españoles comenzó a utilizar a los indios vecinos para la pesca de perlas en los ricos conchales de la costa, apelando, también a indios traídos de otras regiones, como Cubagua -de donde habían venido los colonos- y las islas Gigantes. La fundación creció con rapidez: para octubre de 1541 se calculó su población en 1.500 personas, entre "indios y cristianos"53.

Las condiciones de trabajo de los indios eran muy duras: a fines de 1540 el obispo Fernández de Angulo, alarmado por la elevada mortalidad que encontró en una visita hecha a Santa María en sus funciones de protector de indios, ordenó que se limitara su trabajo a cuatro horas diarias, medida que como es de suponer nunca se puso en práctica. Martín de Calatayud, otro obispo que visitó posteriormente la región, señaló en sus informes el tipo de vida al que estaban sometidos los pescadores, obligados a permanecer en el agua zambulléndose constantemente durante todo el día. Los indios, en opinión del obispo, estaban siendo tratados prácticamente como esclavos. Sin embargo, Calatayud, que fue a Santa María de los Remedios a comienzos de 1544, provisto de las rigurosas Leyes Nuevas recién expedidas para protección de los indios, que prohibían completamente la pesca de perlas por los indios, terminó convencido por los argumentos de los españoles de que los indios no sufrían graves daños con su permanencia en el agua y con la dieta sin carne, pues si comían carne era "cosa cierta y averiguada, viven enfermos y se les acorta la
vida", y morían si se sacaban del agua "pues son como pescados"54. Castellanos sugiere que el obispo no aplicó las Leyes Nuevas por soborno de la población local, pues "dádivas al fin quebrantan peñas"55.

Para el alimento de los españoles se habían establecido ya estancias ganaderas en las cercanías del pueblo, y en especial en la zona del Río de la Hacha, hacia el sur, donde aguas y pastos eran más abundantes. Como la región donde estaba Santa María, carecía de agua y los ostrales se fueron agotando, la pesca fue moviéndose hacia el sur, hasta el momento en que los vecinos consideraron preferible trasladar la población al Río de la Hacha, lo que se hizo probablemente en los primeros meses de 1545. Durante todo este tiempo la población se mantuvo sujeta a Venezuela y algunos de sus gobernadores, como Jerónimo Dortal en 1549, la visitaron, aunque las autoridades de Santa Marta trataron a veces de someterla a su dominio, sin un resultado favorable56.

5. Alonso Luis de Lugo

En julio de 1539 llegó a Santa Marta noticia del éxito de la expedición de Jiménez de Quesada; la gobernación parecía encontrar así una nueva fuente de riqueza que la sacara de su postración y le garantizara su precaria existencia. Para ello era indispensable establecer claramente la autoridad de Santa Marta sobre las tierras de los chibchas y sobre los hombres de Quesada, quien pretendía que se hiciera una nueva gobernación a la que él mismo aspiraba. Entre tanto, Lebrón se hizo presente en las ciudades fundadas en tierras de los chibchas, pero no fue aceptado como gobernador por los conquistadores; estuvo fuera de Santa Marta en este viaje entre enero de 1540 y marzo de 1541; la ciudad quedó sólo con unos 30 hombres y el teniente de gobernador, después de apoderarse de cuanto pudo, huyó en una carabela portuguesa en junio de 1540. A finales del siguiente año llegó Juan Benítez Pereira, quien venía como representante del gobernador titular, Alonso Luis de Lugo, quien a pesar de sus robos y conflictos logró, que le confirmaran su derecho a heredar los títulos de su padre Fernández de Lugo, a los que se añadió una clara atribución, mientras se tomaba una decisión definitiva en España, de la región de los chibchas, que recibió el nombre de Nuevo Reino de Granada, a la gobernación de Santa Marta.

Lebrón entregó la gobernación a Benítez Pereira y se fue a Santo Domingo. Lugo llegó en mayo de 1542, se apoderó a la fuerza de las perlas que habían recogido los españoles en el Cabo de la Vela y recibió el mando en Santa Marta de Diego de Molina, quien había sucedido a Benítez Pereira al deceso de éste. Lugo decidió dirigirse inmediatamente a Santafé, siguiendo la ruta del Valle de Upar y del Cesar hasta Tamalameque, con 400 hombres que había traído. En el viaje debió enfrentarse una y otra vez a grupos indígenas muy numerosos -uno de ellos conducido por un joven indio educado entre los cristianos en Santa Marta- y después de perder muchos hombres, extraviarse en la serranía del Otún y padecer hambres sin cuento, logró llegar a su destino en mayo de 1543 con 75 hombres. Allí estuvo hasta mayo de 1544, cuando regresó a la costa57.

La acción de Lugo indica qué tan rápidamente Santa Marta había pasado a un lugar secundario en relación a la principal ciudad del Nuevo Reino, Santa Fe de Bogotá. Lugo ni siquiera se detuvo en ella. Agotada la etapa febril del botín fácil sólo sobrevivía la ciudad como sitio de paso y aprovisionamiento en la ruta a Bogotá, y unos pocos españoles utilizaban a los indios de paz para mantener sus haciendas ganaderas, para cuyos productos existía un estrecho mercado. La decadencia parecía haber llegado al punto más bajo, pero nuevos hechos aun vinieron a agravarla: en julio de 1543, Santa Marta fue víctima de un ataque de corsarios franceses dirigidos por Robert Baal (o Val), quienes estuvieron siete días en ella y quemaron el pueblo, las labranzas y algunos pueblos de indios; éstos, por su parte, aprovecharon la circunstancia para rebelarse. Una nueva visita de los piratas tuvo lugar en octubre de 1544, cuando atacaron a Santa María de los Remedios y Santa Marta: en esta ciudad Luis de Manjarrés, teniente de gobernador dejado por Lugo, quien había regresado en septiembre a España logró evitar la quema de ella a cambio de un rescate, y se evitó la pérdida de buena cantidad de oro y esmeraldas traídas del Nuevo Reino llevándolas a Cartagena. En Santa María, los franceses capturaron cinco buques y lucharon durante una semana. Nuevos ataques tuvieron lugar en los años siguientes: en 1547 los franceses trataron de bombardear a Santa Marta y en 1548, en agosto, robaron un buque e hicieron otros estragos menores. La despoblación de Santa Marta continuó. Aunque a Santa María de los Remedios llegaban navíos con bastante frecuencia, evitaban a Santa Marta por la falta de comercio; las perlas mismas se enviaban directamente a Santo Domingo y los habitantes se opusieron a que se llevaran a Santa Marta por la falta de "contratación" de esta población58. Miguel Díaz de Armendáriz, visitador y juez de residencia que sucedió a Lugo como gobernador, y llegó a Santa Marta en abril de 1546, encontró solamente 12 vecinos residiendo en la ciudad, deseosos de irse "por no tener de qué sustentarse, por estar los indios todos de guerra59.

Las regiones interiores no resultaban muy prometedoras, pero se hicieron algunos intentos de poblar otras partes de la provincia aunque más con el ánimo de establecer puntos de descanso y apoyo en la larga jornada entre Santa Marta y Santa Fe. Ya en noviembre de 1541 Melchor de Valdés había fundado el pueblo de Santiago de Tenerife en la ribera del Magdalena, y repartió los indios entre los conquistadores. Díaz de Armendáriz hizo en 1546 la fundación de San Miguel de Tamalameque, donde asignó 16 encomiendas, que daban base para una no muy vigorosa supervivencia del poblado. La Ciudad de los Reyes (Valledupar) fue establecida en 1550 por Hernando de Santana; la población indígena no debía ser muy numerosa pero quizá la ganadería comenzaba a exigir menos brazos para el sostenimiento de los peninsulares60. Santa María de los Remedios, en Riohacha, mantuvo una vida más fuerte, pero como ya se dijo, su vínculo con Santa Marta era casi nominal y dependía para todos los aprovisionamientos de Venezuela o de Santo Domingo. En 1548 la debilidad de esta relación fue subrayada por la visita que hizo el entonces gobernador de Venezuela, Juan Pérez de Tolosa, quien fue acogido como autoridad legítima. La situación que encontró, desde el punto de vista del tratamiento a los indios, era dramática: dormían con cadenas, muchos habían sido esclavizados ilegalmente, incluso en la zona de Santa Marta, los suicidios y el ahogamiento de los pescadores eran frecuentes. Pero la población no era ya muy grande: 9 vecinos tenían 374 indios. En 1549 el tesorero de Santa Marta consideró que lo de las perlas estaba muy decaído, y relató que los españoles de Riohacha estaban buscando más bien minas de oro como alternativa61.

En 1550, con el establecimiento de una Audiencia Real en Santa Fe de Bogotá, termina un período de la historia de Santa Marta. Hasta entonces fue nominalmente la sede de la gobernación de Santa Marta, en la cual estuvieron incluidos en la última década los ricos territorios chibchas. A partir de 1550 haría parte de la jurisdicción de la Audiencia del Nuevo Reino, aunque conservaría su carácter de gobernación. El esfuerzo de sus pobladores por convertir a Santa Marta en una zona de colonización pujante, resultó frustrado; la subordinación a Santa Fe daba testimonio de este hecho. Su existencia se había basado en la esclavización y el saqueo de los indígenas. Pero éstos, con una tecnología militar relativamente eficaz, lograron resistir el intento de los españoles de sojuzgarlos en forma permanente. Ni siquiera grupos indígenas que como los Taironas tenían estructuras sociales muy diferenciadas, con tributo, subordinación a autoridades permanentes, etc., se sometieron con facilidad, y más bien prefirieron sostener una continua lucha contra los invasores. Igual situación se presentó con poblaciones menos desarrolladas, como los "caribes" de La Ramada o de la región del Río Magdalena, o con pueblos como los del Valle de Upar o los Chimilas. Santa Marta nunca logró dominar en forma estable más que unas pocas aldeas vecinas. Agotado el botín inicial, obligados a una lucha militar sin reposo contra sus vecinos, los españoles no tenían de dónde extraer las riquezas con las que soñaban. En estas condiciones, a las que se añadían los efectos de una drástica disminución de la población nativa y del alejamiento de los sobrevivientes de las vecindades de los centros españoles, la posibilidad de establecer una sociedad basada en el uso de una numerosa población como mano de obra servil no logró cristalizarse. En el área de Santa Marta no se encontraron minas notables que llevaran a una rápida importación de esclavos negros para reemplazar la decaída población indígena, aunque en Santa María de los Remedios se pensó a veces en esta solución y se introdujeron algunos negros. Pese a todo se establecieron algunas haciendas, pero como es lógico, se trató especialmente de ganaderías, que requerían un número muy reducido de trabajadores. Por otro lado, el ganado comenzó a multiplicarse, a veces en forma salvaje o semisalvaje, en los claros que dejaba la destrucción de la población aborigen.

Pero pese a su disminución, los indígenas de los alrededores mantuvieron, mucho mas allá de 1550 -año en el que se presentó una violenta rebelión de los indios de Buritaca- una actitud belicosa que hizo de Santa Marta una de las localidades del Nuevo Reino de Granada, más expuestas a ataque de los indios. Esto muestra cómo, pese a las buenas intenciones de algunos religiosos a la conciencia cada vez más clara de la Corona de la necesidad de controlar la explotación de los indios por parte de los conquistadores, a las normas más estrictas, a los antecedentes antillanos, Santa Marta resultó una repetición con variaciones de la experiencia de Santo Domingo, acaso más lenta pero en esencia similar. La gran mayoría de la población pereció, víctima de una empresa colonizadora demasiado contradictoria, y en la cual predominaron los elementos esclavistas y de saqueo.

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